El 23 de abril se celebra el Día Internacional del Libro. Se hace desde 1996, cuando la UNESCO decidió declararlo para fomentar la lectura y, de paso, proteger los derechos de autor y la industria editorial. Esta fecha coincide con la que se creía que fue la de la muerte de escritores ilustres como Cervantes, Shakespeare, o Garcilaso de la Vega. En España se celebra desde 1926. En Cataluña, que también es parte de España, dicha festividad coincide con el Día de San Jorge (Sant Jordi, para ellos), patrón de esa Comunidad. La costumbre allí es regalar flores y libros a las personas queridas. Es su día de los enamorados.

 

Pero yo les quiero hablar y contar otra historia, también relacionada con los libros, que surgió en una pequeña localidad de Andalucía, Dílar (Granada), hace ahora veinte años. Se conmemora el 17 de abril. En esta fecha hubo una tremenda represión, ordenada por los gobernantes de entonces, los socialistas, contra un pueblo que se negaba a que de allí saliera ni una gota de agua para regar campos de golf. Eran los años dorados de la especulación urbanística, que no olvidemos, la han potenciado los políticos de una y otra tendencia. Recuerdo que los botes de humo, tirados por agentes inexpertos, no tenían como destino la calle, o las aceras, sino la cabeza de alguno de los dirigentes vecinales, que con sus vehículos impedían el paso de la maquinaria pesada encargada de realizar la obra. Hubo heridos. Algunos de consideración. Pero finalmente el pueblo venció. Se paralizaron las obras y se consiguió echar de su puesto al Alcalde socialista de la localidad. También se consiguió frenar el avance de la especulación, cambiando los planes urbanísticos. Para ello se tuvo que hacer una candidatura popular, obtener la alcaldía, y redactar un nuevo Plan de Ordenación Urbana. Cumplida la misión, la candidatura se disolvió y siguieron los partidos tradicionales gobernando en alternancia.

 

Sin embargo, además del cambio urbanístico, hubo algo más que aún se mantiene. Se trata de la Biblioteca pública. También es de aquellas fechas. Y, de la misma forma, tuvo que conseguirse a base de pelea e imaginación. El tema surgió porque los que regentaban el Ayuntamiento concebían el mismo como una economía familiar. Por esta razón, en lugar de dotar al pueblo de los servicios básicos que ordena la Ley, preferían tener los remanentes municipales en una cuenta bancaria amortizada. Para ellos, que en su vida habían leído un libro, la Biblioteca era un cuarto oscuro, cerrado, en el que se amontonaban los desechos del archivo municipal. Pero para el grupo de personas jóvenes que nos oponíamos a esta concepción de la política y del desarrollo económico, la Biblioteca era un servicio esencial. Dicho y hecho. Se 'asaltaron' esas dependencias, se limpió y adecentó el local, y se le comunicó al Alcalde que a partir de ese momento, la Biblioteca se iba a abrir con voluntarios. Y aunque hubo intentos de cierre, finalmente no tuvo más remedio que ceder, ante la imparable presión vecinal.

 

El problema era cómo dotarla de material y de medios. Surgió entonces la idea de organizar una fiesta popular, que se denominó la 'Fiesta del Libro y el Mosto', en la que a cambio de ofrecer vino de la tierra gratis a los visitantes, se les exigía la donación de un libro para la Biblioteca. El vino lo ofrecían gratuitamente las bodegas artesanas de la localidad, que de esta forma se promocionaban. Y los alimentos se elaboraban por decenas de voluntarios, que además de dar a conocer su municipio, contribuían al fomento de la lectura. Fue de esta forma como se consiguió un fondo bibliográfico superior a los cinco mil volúmenes, totalmente gratuito para el presupuesto público, además de los más avanzados sistemas tecnológicos de la información y la comunicación. Esta fiesta aún se sigue celebrando en esa localidad, el segundo día del mes de enero de todos los años.

 

Pero, aunque hoy la Fiesta del Libro y el Mosto la gestiona el Ayuntamiento, al igual que la Biblioteca pública, sin embargo, en sus comienzos todo se tuvo que hacer a base de esfuerzo y de aportaciones voluntarias. De todas las aportaciones altruistas recuerdo, especialmente, la de dos mujeres. Las dos pequeñas y de apariencia frágil, pero de una fortaleza interior formidable. Una, con su profesionalidad y vocación, consiguió poner orden en los cientos de libros que llegaban. Los catalogó y ubicó en sus estanterías. Y además consiguió situar a la misma en las más importantes redes bibliotecarias de la provincia. De esta forma pudo acceder a becas, fondos, información, y todo lo necesario para que se mantuviera actualizada. Y además, pasó muchas horas allí, abriendo sus puertas, y ayudando a que pudieran usarla aquellas personas que no disponían de medios suficientes en sus domicilios, que eran muchos.

 

La otra, cuando todos los más veteranos nos habíamos cansado de organizar la Fiesta, junto a un grupo de jóvenes, consiguió mantenerla viva hasta que el Ayuntamiento comprendió que el acto era de sumo interés municipal.

 

Ambas conquistaron mi corazón para siempre. Y a ellas les dedico una rosa en el día del libro, aunque sea en forma de artículo.