Juan Carlos Trujillo

Las cifras del coronavirus en nuestra ciudad nos sitúan en la cuarta posición a nivel nacional en la comparativa del índice de riesgo por territorio con un 30,67, por delante de autonomías que nos superan ampliamente en número de habitantes como Andalucía, Cataluña, Extremadura, Castilla-La Mancha o Madrid. Las cifras registradas a fecha de hoy sitúan a 36 personas ingresadas en planta del Hospital Universitario de Ceuta por COVID-19, siete en la Unidad de Cuidados Intensivos, y otras siete en Urgencias. La suma de casos en nuestra ciudad supera los 2000 contagiados y 34 fallecidos desde el principio de la pandemia.

Sin embargo, los datos numéricos son registros impersonales que demuestran la virulencia del COVID-19, pero que al mismo tiempo denotan la insensibilidad propia de las grandes ciudades. No obstante, en Ceuta, nuestra pequeña perla, vamos conociendo historias trágicas. Como, por ejemplo, la de un miembro de la Policía local, deportista, sin patologías previas, que se ha visto repentinamente postrado en una cama del Hospital Universitario sin poder apenas respirar: “Esto es horrible, es un infierno. No lo podéis imaginar, espero que no tengáis que pasar por lo que yo he pasado. Es horrible”.

Esta pandemia ha puesto de manifiesto lo mejor y lo peor del ser humano. Por un lado, el trabajo sacrificado y altamente arriesgado de quienes luchan en la primera línea de batalla (sanitarios, fuerzas policiales, militares, seguridad privada, docentes, transporte público, sector comercial, personal de limpieza, etc.). Y, por otro lado, todos aquellos incívicos insolidarios que rechazan las medidas de seguridad marcadas por nuestras autoridades sanitarias: uso adecuado de las mascarillas, distanciamiento social e higiene de manos. Medidas sencillas, pero que nos protegen con garantías frente a la enfermedad.

Ni debemos, ni podemos olvidar que Ceuta es, junto a nuestra ciudad hermana de Melilla, las dos únicas autonomías cuyos sistemas sanitarios están bajo el control directo del ministro filósofo, Salvador Illa, es decir, constituyen el espejo de la gestión del desgobierno social comunista. Ambas ciudades baten récords nacionales de incidencia acumulada, con un ritmo de crecimiento medio del 240 por cien y con la ocupación hospitalaria y de sus UCI de las más altas del país. Resulta decepcionante comprobar como nuestra ciudad ha pasado de los 226 a los 831 casos de contagios por cada 100.000 habitantes en un breve periodo de tiempo.

En cualquier caso, y dejando competencias a un lado, corresponde a la ciudadanía demostrar responsabilidad solidaria mediante el cumplimiento de las recomendaciones planteadas por todas las instituciones sanitarias nacionales e internacionales: uso adecuado de las mascarillas, distanciamiento social e higiene de manos. No me cansaré de repetirlo, como tampoco me cansaré de repetir que tus derechos terminan cuando empiezan los míos. Nadie quiere paralizar la economía, pero si nosotros no hemos sido capaces de contener la pandemia, le corresponderá hacerlo a nuestras autoridades.