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Migrante y trans en Ceuta: cuando la ley es otra pero la transfobia es casi la misma

Migrante y trans en Ceuta: cuando la ley es otra pero la transfobia es casi la misma
Transfobia
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M cruzó la frontera del Tarajal para pedir asilo en Ceuta el 2 de marzo, a 11 días de que Marruecos sellara su paso fronterizo por miedo a la pandemia de la COVID-19. Cuando llego a Ceuta, M lucía una larga melena y soñaba con ser ella misma, sin esconderse, feliz por fin por estar en la puerta de Europa. Hoy, cuatro meses después, M. Ha tenido que renunciar a su sueño. Se ha rapado la melena, viste de hombre y se ha dejado crecer una tímida barba. Su destino, también a este lado de la frontera, sigue siendo la supervivencia, pasar desapercibida y escapar de las agresiones, los insultos y el acoso. Porque aquí, en España, la Ley es otra, pero la transfobia es la misma.

En su país la homosexualidad está penada. El artículo 489 del código penal, vigente desde 1962, criminaliza «actos licenciosos o contra natura con un individuo del mismo sexo». Las penas pueden ir de 3 meses a 6 años de prisión y multas de 120 a 1200 dirhams. Según datos de la asociación Kifkif, desde la independencia de Marruecos en 1956, más de 5.000 homosexuales han pasado por los tribunales por delitos relacionados con el artículo 489, siendo en su mayoría hombres. Una amenaza permanente para alguien como M, más aun si sus propios familiares son los denunciantes y estás en busca y captura. 

Con las amenazas de muerte de sus familiares y el riesgo de verse en la cárcel por su propia naturaleza, “por algo que yo no he elegido, nací así”, se lamenta M. —insiste en que no quede constancia de su nombre y prefiere que no haya fotografías de por medio— llegó a Ceuta hace solo cuatro meses. Desde que llegó a la ciudad autónoma se ha dado cuenta de que uno es exactamente cómo esperaba: “Hay mucha gente tolerante, mucha gente buena, me encanta una parte importante de la gente de aquí, sobre todo conmigo que soy una persona migrante y no siento racismo, pero hay alguna poca gente con la que sí siento racismo y homofobia y rechazo a mi país, pero por pocas que sean te hacen mucho daño. Pero los demás hacen un equilibrio”, disculpa. Y eso que ha sufrido en su propia piel hasta dónde pueden llegar los homófobos: M se vio obligada a denunciar el acoso de un ceutí que azuzaba contra ella a un perro de raza peligrosa. Por suerte, aunque no suele ser habitual, al poner la denuncia en comisaría se encontró con un agente de Policía comprensivo. Tanto que no tuvo reparos en tomar declaración haciendo constar que prefería usar su nombre de mujer. Paradojas de una ciudad en la que, todavía, las leyes, la moral y las costumbres no han terminado de coincidir en el espacio-tiempo.

“No voy a hablar mal de todo el mundo, porque la verdad es que hay una cantidad muy importante de personas a las que no le interesa tu religión, tu nacionalidad o tu orientación ni nada”, matiza, pero admite que no ha encontrado lo que creía que iba a encontrar en Ceuta: tolerancia a su condición de persona trans. “No me encuentro tan libre ni me visto como me da la gana, mira mi pelo, me lo he cortado para alejarme lo máximo de los problemas, ya estoy ‘jarta’, vas por la calle escuchando mariquita, maricón…  Esto me daña mucho por dentro, yo no me siento ni maricón ni mariquita, yo me siento por dentro mujer, puede ser que físicamente sea  hombre pero por dentro soy mujer, pero me he tenido que dejar salir la barba para que nadie me moleste, pero no me veo, así siento que soy otra persona, no soy yo”.

Una situación de acoso callejero y de falta de respeto que, paradójicamente, era menos habitual en Marruecos, “de vez en cuando uno pasaba y te dice maricón, sobre todo en Tetuán”. Pero en Ceuta es casi constante, especialmente por parte de “los árabes de aquí y unos pocos españoles”. Algo tan sencillo como ir a la playa de Benítez con su novio puede ser exponerse a insultos, al desprecio, los cuchicheos y las risas a su costa. “Aléjate de mariquitas”, escuchó hace unos días. La frase despectiva venía de un respetable matrimonio de mediana edad, el hombre recomendaba a su señora que se alejase de aquella gente rara. M ya ha descubierto que gays y lesbiana pueden, más o menos, vivir tranquilamente si son discretos. Pero una persona trans no puede ser discreta.

En la actualidad está en trámites para la concesión de asilo. M dio al cruzar la frontera un paso sin marcha atrás: pedir el estatus de refugiada en España, lo que en cierto modo supone renunciar a su país, Marruecos, un país que ama pese a todo. “He llevado una vida personal preciosa en mi país, porque no me metía con gente que me hiciera daño—explica—, es mi país y he vivido allí toda mi vida, son mis orígenes, soy marroquí, a Marruecos lo quiero mucho, es mi país, es mi alma, mi infancia, mi adolescencia, mis amigos…”, zanja, aunque admite que ni loca volvería ahora. Sueña con hacerlo con la nacionalidad española, regresar con las espaldas cubiertas por los derechos humanos que imperan en nuestro país. “Pero el delito 489 me puede meter en la cárcel hasta seis años, nada más que por ser transexual, algo que no he elegido yo, soy nacida así”.

Sabe que pedir asilo internacional es delito en su país, “pero el día que vuelva a Marruecos será  porque han terminado los problemas, estoy segura que con mi nacionalidad española voy a estar protegida porque tendré a mi espalda a España”. Pero sabe que para eso falta todavía mucho. “Hasta que no cambien las cosas es imposible, sé lo que está pasando en las cárceles de Marruecos, me muero en España y no vuelvo”.

En su país, M ha trabajado como azafata de vuelo y conoce bien Turquía o Tailandia, lugares donde escapaba para encontrar la libertad que pensaba encontrar en Europa. “Cada vez que viajaba a un país donde había libertad aprovechaba para salir vestida de mujer, maquillarme y ser yo, cuando me miraba en el espejo me reconocía al fin”. Hace solo unos días, otra chica trans, esta nacida en Ceuta y con una trayectoria y una situación muy diferentes, Lucía Heredia, Miss Ceuta, resumía el sentir de las personas trans: no se trata de ser hombre o mujer, se trata solo de ser ella misma, “de ser feliz”. Para alcanzar la felicidad, M pide muy poco: vivir en una ciudad donde no se sienta en peligro ni acosada, un sitio en el que trabajar en el sector turístico, para el que tienen una inmejorable formación. Un lugar donde vestirse “como me dé la gana”. Un lugar donde ser feliz.

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