Julio Basurco

Han sido cinco años de duelos que nunca se saldaban con la muerte de ninguno de los contendientes. Ganase quien ganase, el peor parado se retiraba, curaba sus heridas y siempre regresaba, dispuesto a batirse de nuevo al sol de cualquier plató de televisión, tribuna parlamentaria o escenario mitinero. Cada vez con más cicatrices, pero también con más experiencia y astucia. O eso parecía. Lo más llano, al final, ha resultado ser el obstáculo insalvable que nos ha plantado, esta vez sí, un cadáver encima de la mesa.

El niño mimado del IBEX, yerno perfecto, pulcro empleado de banca y paladín de la renovación ideológica neoliberal a través del coach y el pensamiento positivo desobedeció a quienes le habían aupado hasta la primera línea, dando así la espalda a la que tenía que ser su función histórica. Reivindicó lo que en la jerga se conoce como la autonomía de la política. Y le salió mal. Hoy, Albert Rivera no existe y aquel contra el que una y otra vez le mandaron a enfrentarse, la antítesis que, en definitiva, dio sentido a su existencia, va a ocupar (todo apunta a ello) el asiento que los poderes oligárquicos desearon para el ya ex líder del partido naranja. El profesor politizado en el marxismo, el activista altermundista con coleta, la pesadilla confesa de banqueros y patronal, va a ser vicepresidente del Gobierno de España. Pablo Iglesias ha vencido a quien nació para frenarle. Podemos se ha impuesto al “Podemos de derechas” por el que imploraba el presidente del Sabadell, Josep Oliu. O, mejor dicho, a lo que pensábamos que era el “Podemos de derechas”.

A tenor de lo ocurrido entre 2014 y 2019, parecía evidente que la crisis de representatividad en la que desembocó la crisis económica nos dejaría, de forma más o menos estable, un escenario caracterizado por dos nuevas propuestas de país muy concretas. Dos formas, digamos, de afrontar nuestros retos políticos, económicos, sociales y territoriales. De un lado, una idea de apertura democrática, de ensanchamiento de derechos y enfrentamiento con las elites; de otro, y como respuesta, un “centro político” que, apoyado en la posibilidad de acuerdo con cualquiera de los viejos partidos y con la mirada fija en la mercantilización de todos los aspectos de la vida, cerrase cualquier atisbo de salida plebeya. Sin embargo, lo que viene a ocupar el espacio de la reacción tras el descalabro de Ciudadanos nos confirma que los efectos del 15M como vacuna contra la barbarie declarada forman parte del pasado. La alternativa a quienes reivindican la democracia frente a esos “poderes salvajes” de los que hablaba Ferrajoli no la encarna hoy ningún vendedor de preferentes, sino el fascismo. España ya es Europa en el sentido de que bancadas importantes de nuestros parlamentos están ocupadas por bestias que, sin complejo ni pudor, se dedican a bramar contra niños en situación de vulnerabilidad, mujeres, musulmanes, población migrante, homosexuales y, en definitiva, cualquier colectivo históricamente maltratado.

Nos encontramos, pues, ante una (negativa) normalización europea que sólo puede ser combatida desde una (positiva) excepcionalidad europea: la excepcionalidad que constituye el hecho de que nuestro primer gobierno de coalición no se haya fraguado finalmente, y como es tradición en los países de nuestro entorno, entre centro-izquierda y centro-derecha, sino situando la protección de los derechos sociales o, lo que es lo mismo, la defensa de las bases materiales que posibilitan la democracia, como elemento nuclear de la acción gubernamental. Urge, por lo tanto, implementar medidas que nos garanticen nuestro derecho a vivir y convivir frente a la ferocidad de los mercados. No será nada sencillo. La política siempre ha sido correlación de fuerzas y, de hecho, el interior del propio gobierno se expresará también como un espacio en el que dar la batalla. Pero sólo si se crean condiciones que permitan tejer comunidad en base a principios democráticos y solidarios será posible desactivar las tentaciones autoritarias y excluyentes que venden quienes se han propuesto hacernos retroceder setenta años. Rivera era el final de una pantalla; la de ahora nos enfrenta a verdaderos monstruos.