Grabada está en mi retina la imagen de Jorge de Burgos, el maquiavélico abad de la obra de Umberto Eco El nombre de la Rosa. El religioso, viva estampa de la Santa Inquisición, en un afán represor cargado de ansias de Poder, había desterrado de su particular Reino todo lo relacionado con la risa. Tanto era así que, como hombre de negro de su Estado que era, asesinaba a cualquiera que se atreviese a traspasar el umbral de lo permitido, es decir, a cualquiera que osase leer los textos prohibidos que hacían reír. Como recordarán, la ejecución se llevaba a cabo porque las páginas estaban impregnadas de arsénico, que al entrar en contacto con los dedos, exterminaba de forma inmisericorde al atrevido y pecaminoso lector. Él era, porque así se había dictaminado, verdugo y parte en los juicios de moralidad que rápidamente despachaba.

Reír determinaba la frontera entre el bien y el mal, la separación entre el edén y las llamas, la diferencia entre ser persona de cuidado y antisistema. Reír era pecado mortal porque, según el monje, quien se reía perdía el miedo al Poder de Dios, que es decir tanto como dejar de temerle al Poder a secas. En su afán purificador (¿por qué todos los salvadores tienen la misma fijación con el fuego?) acabó quemando la impresionante biblioteca. En sí, la escena es desgraciadamente típica en estos casos: se empieza echando a arder las letras impresas, posteriormente a quienes las escriben y finalmente a quienes las poseen y miman. Un macabro clásico de toda la vida.

Así, con Jorge de Burgos sucumbieron las mejores obras, los más importantes testimonios, las más increíbles de las alegrías… y sólo porque los libros representaban un tesoro que, a su vez, formaba parte del verdadero cambio personal basado en las emociones, el conocimiento y la Risa.

Hoy, cuando más que nunca los pobres se alimentan, como en el libro del transalpino, de las sobras de los habitantes de la abadía, cuando debemos pedir permiso hasta para respirar, cuando opinar es una opción de riesgo y tomar partido supone mucho más (pero muchísimo más) que el color de una papeleta, hoy, la risa forma parte de esas armas de ilusión masiva que, los sempiternos jorges de Burgos continúan empeñándose en aniquilar.

Y es que, más allá de las crisis interesadamente inducidas, de los Ibex irreales que nada tienen que ver con la economía ficticia y de las putas primas de riesgo que alguien se inventó para hacernos sentir partícipes de este tinglado, más allá de todo eso se encuentra la linde que separa las Revoluciones de los variados pesebres… y en esa linde anida la Risa.

Pero los hombres de negro (no importa la fecha, todos parecen haber sido clonados y sacados de la abadía de Umberto Eco) siguen presentes en nuestras realidades, con un nuevo arsénico llamado porcentaje y un renovado fuego llamado deuda. Vienen cabalgando a lomos de la biblia patrocinada por el FMI y la Escuela económica de Chicago para imponernos el recto camino, un sendero carente de alegrías, lleno de recortes, ausente de besos, vacío de música, repleto de índices, yermo de sentimientos, atestado de balances, desierto de vida, repleto de beneficios (que favorecen a los de siempre, claro) e irremediablemente carente de solidaridad… como mandan los cánones de las troikas de turno, como bien habremos entendido todos.

La Risa ha sido, desde siempre, esa piedra angular sobre la que se construyen ideales, edifican proyectos y se diseñan teorías educativas basadas en la Libertad. Así, queda claro y evidente porque, según los que ordenan y mandan, la Risa es el primer enemigo a batir, el primero de los ejércitos a combatir, la primera de las plagas a erradicar. Sin la Risa seríamos simples manadas de supuestos irracionales cuya primera misión sería la de comer… de ahí su empeño en exterminarla. La Risa evita por todos los medios -y lo saben perfectamente quienes intentan desterrarla- que devorar/devorarnos deje de ser nuestra primera prioridad, porque quien ríe piensa, siempre.

Lejos de ser imbéciles, los hombres de negro, con la aprendida lección bajo el traje, son perfectos conocedores de lo humano y saben dónde y cómo tienen que aplicar los electroshocks para que surtan los efectos deseados.

Antes, las descargas eran duras, puras, directas y voltaicas, pero como las víctimas vomitaban en los asépticos baberos de la opinión publica mundial, había que camuflar color y olor. Así, los hombres de negro, como en la obra de DON Albert Camus, La Peste, cambiaron la orientación de las chimeneas. Ahora nada huele, nada duele, nada se nota; todo es muerte a fotograma lento -como en las cámaras de Auswitch o Dachau- y la inanición ha sustituido a la tortura… aunque sólo a veces.

La Risa es, pues, un verdadero proceso revolucionario que debe erradicarse, no vaya a ser que resulte contagioso. ¿Se imaginan un mundo en el que nos pudiéramos reír, sin tapujos y sin mordazas, de conceptos como productividad, eficiencia, beneficios, normalidad, rectitud, orden o del lacónico “es lo que hay”?

Reír es transformar, atreverse, querer, amar, cuestionar, equivocarse, iniciar, reiniciar, empezar, caminar, educar en Libertad, respirar, ir, intentar, reivindicar, crear, vivir, desear, volver a atreverse, reivindicar, protestar, plantarse, poner en duda, preguntar o tan simplemente disfrutar… Reír es, sin duda alguna, una de las más altas representaciones de la Libertad.

Sumidos en un mundo en el que el capitalismo salvaje campa por sus respetos (y no, no soy comunista, mire usted… solo ser humano) falta nos haría ir plantando picas en “sus” Flandes para que sepan, por si aún no se habían percatado, que no estamos dispuestos a dejar de reírnos, que no vamos a permitir que las carcajadas dejen de ser nuestras barricadas, ni que las sonrisas dejen de ser nuestras bombas de ilusión, ni que nuestra alegría se transforme en la metralla que destroce, de una vez por todas, sus artificiales índices Dow Jones.

Como dice mi Mañica Preferida, no hay nada que les joda más a los que mandan que seamos felices, porque sólo siendo felices podremos derribar cualquier muralla que nos pongan por delante, por muchas negras tormentas que agiten los aires. Como siempre, contundente.

Vivir Al Sur del Edén es lo que tiene: seguramente con un siglo y pico de adelanto, anteponemos la Risa a los números, la Libertad a los papeles y la Vida a todo lo demás… cuestión de prioridades.

Ya lo saben, al final esto es maniqueísmo puro y duro: o los hombres de negro o la Risa.

Como siempre, usted ya sabrá en qué lugar quiere estar… pero eso sí, aquella luz de esperanza que dicen los gurús de la Economía se vislumbra a lo lejos no es la salvación: son las hogueras. Usted decide.