Quizás haya sido el espesísimo levante que ha envuelto la ciudad durante los últimos días hasta el jueves mismo; quizás los prolegómenos vacacionales que disparan un nerviosismo que se junta con el cansancio acumulado; quizás sólo la mala educación (personal y política); quizás la realidad de sus caras sin tapujos democráticos, pero la semana nos ha dejado la más rancia cara popular, la más cercana a la punta de su extremidad derecha.

El vicepresidente del Gobierno de la Ciudad, Pedro Gordillo, en un rememorar del Fraga más fanático, ha vuelto a identificarse con el espíritu de ‘la calle es mía’ en un acto que más por su consecuencia real arremete por su significado. Y es que Gordillo se ha erigido, al margen de cualquier forma y/o procedimiento democrático, como dador de prebendas, atributos laborales y santa santorum de los ‘gorrillas’ locales. Desde su ‘púlpito’ (ahora de esta tierra) se ha otorgado el poder de permitir o no la mendicidad en las calles, la petición de limosna o la presión recaudatoria ‘B’ sobre las plazas de libre aparcamiento. En un escrito, firmado con su puño y letra y con erratas de composición gramatical incluidas, daba por buena la petición de propina (habrá que ver qué opina la Agencia Tributaria de estos ingresos) de lo que aquí se llama ‘varilla’. Todo un lujo y ejemplo antidemocrático en el seno de la Asamblea mientras Juan Vivas, su presidente, mira para otro lado a ver si se pasa la cosa y no le toca dar explicaciones de tan inadecuada aptitud.

Tocado por la iluminación de su vicepresidente, y al abrigo de su ala secular, el consejero de Hacienda, a la postre Francisco Márquez, hacía lo propio en la última sesión del Plenaria de la Ciudad. En ella, el factótum de las ‘pelas’, se permitió esgrimir una actitud insultante hacia la oposición (que aunque menos, también les han votado los ceutíes) y aprovechando el ‘rodillo’ que le supone la mayoría se dedicó a defender sus posturas con chistes más de la barra de un bar barato que de la sala en la que se encontraba. Peripuesto, con su chaqueta de sastre de Panamá (como dijo algún periodista en el Pleno), hizo chascarrillo de derechos inherentes a la portavocía que la ciudadanía le otorga a los consejeros que elige, echándoles en cara, incluso, que pongan en duda los informes que los técnicos de la Ciudad hacen para los proyectos que ellos presentan, prerrogativa que la oposición tiene y que, por supuesto, deben usar para tranquilidad de esa misma ciudadanía; y este es el juego democrático que tanto le cuesta tragar al mister de la Hacienda local.

Malos parecen los calores para soportar el juego democrático, uno con sus cortijos y otro con sus chistes y actitud nada adecuada. Entre tanto, Vivas se pone fiestero, silba y pasa el trago.