Tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo ha vivido o contemplado -según donde estuviera cada cuál- multitud de pequeños o medianos conflictos bélicos, todos ellos de ámbito regional. Un país contra otro; en especial en las zonas de Oriente Medio, Oriente Asiático y Europa del Este. Pero, hasta hace un lustro aproximadamente, las naciones no se habían enfrentado a una nueva experiencia de Guerra Mundial. La situación, desde entonces hasta nuestros días, ha dado un nuevo significado a esas dos palabras. El concepto de “guerra mundial” se ha transformado, por mor del terrorismo, en el de “Guerra Total”. Hoy por hoy, todas las naciones del mundo, desde las más ricas hasta las más pobres, son víctimas potenciales de ese enemigo común. Por primera vez en la historia de la humanidad, no se trata ya de la lucha por el territorio, de la expansión imperialista o de la implantación, por la fuerza, de las ideologías. Se trata de un enemigo sin rostro, con multitud de células activas o durmientes, pero preparadas, como una guerrilla de alcance internacional, para actuar en cualquier lugar y en cualquier momento. Sus armas son la sorpresa y el terror. Buscan la muerte de multitudes y sus miembros no vacilan en inmolarse en plan kamikace, porque su fin último, como individuos fanáticos que son, es alcanzar la supuesta gloria del paraíso del guerrero con huríes incluídas.

Pero ¿de dónde salen todos estos “iluminados” del Islam?. De un Islam, por cierto, que es pura interpretación interesada de las suras coránicas que más les convienen para justificar sus injustificables acciones. ¿Cómo, por ejemplo, llega un jóven, hasta ese momento totalmente normal, ha convertirse en un fanático guerrero de una doctrina destructiva y autodestructiva? ¿Qué fuerza o poder de sugestión consigue hacer que alguien se autoinmole, con una faja de explosivos pegada a la cintura, mientras pasea por un mercado atestado de gente, por un poner?

El nivel de lavado de cerebro al que sus líderes les someten hace empalidecer a los más sofisticados métodos de degradación psicológica que emplearan los nazis durante sus torturas, en los campos de exterminio. Y ese intensivo y permanente lavado de neuronas se practica, por desgracia, en sagrado. Porque mezquitas hay, a veces en el sencillo salón de una casa, en las que se alecciona y entrena mental y psicológicamente a estos fanáticos suicidas. Y dirán ustedes que nosotros, los españoles, los ceutíes, podemos estar tranquilos… Que estas escuelas del terrorismo sólo están activas en países lejanos como Afganistán, Irán o Siria.

Se engañan quienes piensan así. El terrorismo, como una serpiente, incuba sus huevos en cualquier rincón cercano, en nuestra “impoluta” y “perfecta” sociedad occidental. También en Ceuta…

Hace apenas unas semanas, la Mezquita de Sidi Embarek vivió un lamentable altercado entre facciones de diferentes tendencias islámicas. Los unos querían que el rezo lo dirigiera un imán. Los otros deseaban la expulsión de ese imán del sagrado templo para que otro sacerdote se hiciera cargo de la liturgia. Hubo insultos, tumulto y golpes entre los partidarios de una y otra posturas. Afortunadamente, no se registraron heridos que tuvieran que ir al hospital. Pero el fanatismo estuvo presente.

La semilla de la discordia campa libremente entre los musulmanes ceutíes. ¿Es ésta la punta de un iceberg, en cuyo interior se esconden disensiones más profundas y aterradoras? ¿Está la sierpe del terrorismo islamista criando hijos en nuestro mismo vecindario? Las probables respuestas son, como poco, muy alarmantes. Da la impresión de que la famosa “convivencia“, de la que los políticos de Ceuta hacen tanta gala, es sólo pura apariencia. Ante este panorama tan poco tranquilizador, recuerden el sabio refrán castellano: “Cuando las barbas de tu vecino veas quemar…