- En esta ciudad, determinados temas siempre han sido tabú. Tanto que se prefiere obviarlos, disfrazarlos o incluso ignorarlos.

Lo políticamente correcto llega a ser hipocresía muchas veces. Demasiadas.

Determinados asuntos y palabras parecen estar vetados por la conciencia imperante del que gobierna y basta pronunciarlas para que salten todas las alarmas y resortes habidos y por haber. ¿El por qué? Creo que el miedo es el gran protagonista. Miedo a disgustar. Miedo a lo que no se conoce. Miedo a las consecuencias. El miedo influye tantísimo en los individuos y en los colectivos que les impide avanzar.

Tabú es en Ceuta hablar del dariya, del árabe dialectal que utilizamos muchos españoles para comunicarnos. Por supuesto no voy a obviar que tal y como consagra la Constitución (art. 3 para más señas):” El castellano es la lengua española oficial del Estado”. ¿Y qué? Eso no es obstáculo para reconocer la realidad de nuestro pueblo, en el que también se hablan otras lenguas y de las que destaca el dariya. ¿Cuál es el problema más allá de absurdos prejuicios? Ninguno. De hecho si no existieran esos prejuicios y miedos hace tiempo que se habría comenzado a sacarle el máximo rendimiento a esta circunstancia porque ese habla local es una riqueza a potenciar y no una debilidad como la entienden los “expertos” del gobierno.

Parece que algunas personas de esta ciudad debemos cumplir condena o sentir vergüenza por nuestro origen. Sí. Y por increíble que parezca, hay quienes desearían que aún viviéramos en la sociedad del Si Bwana. Lástima que el sometimiento no está de moda.

Parece que hay que tener continuos miramientos con un gobierno que da la espalda a la realidad y que ni siquiera puede cuantificar el número de personas que hablan árabe en Ceuta y eso que no es difícil averiguarlo. Se desoye a cualquiera que tenga algo interesante que decir respecto al aprovechamiento de la lengua materna para luchar frente al fracaso escolar. Quienes se han atrevido a pronunciarse públicamente, expertos y expertas en la materia, han sido poco menos que satanizados en una sociedad en la que quienes mandan no quieren aceptar la heterogeneidad ceutí.

Parece que tenemos que estar disculpándonos una y otra vez, justificándonos por ser lo que somos. El colmo del absurdo. Pretender que parte de la población renuncie u olvide hasta que llegue a perder su identidad es lo peor que se le puede hacer a cualquier persona, y por extensión, a cualquier pueblo.

Parece que sólo se habla de convivencia cuando conviene y para lo que conviene: Ya saben eso de Ceuta crisol de las cuatro culturas, blablablá, que tan dado es a vender el idolatrado presidente local.

Realmente, cuando no tenemos asumida ni aceptada la realidad se hace difícil avanzar a paso ligero. Seguimos lastrando y condicionando la evolución de nuestro pueblo a los fantasmas de los que algunos se siguen aprovechando para sacar su propio rédito.