¿Por qué nos resignamos a permanecer pasivos ante situaciones que nos afectan de manera negativa?

¿Somos pesimistas por naturaleza?

¿Desde cuándo el ser humano tira la toalla a la primera?

Parece que en los últimos años, problemas como el paro, la escasez de vivienda, el enchufismo, los tijeretazos a la educación o a la sanidad públicas y el aumento de la pobreza se han convertido en oscuras bestias que han aplastado la ilusión y el optimismo (¿natural?) que se le presume a cualquier persona.

En Ceuta esto se ha notado especialmente en los últimos años donde la desidia parece haberse adueñado del espíritu de lucha que, en diferentes medidas, todo cuerpo alberga.

Y ayer, durante la manifestación convocada por la cumbre social, volvió a notarse. En general, existe un halo de desilusión que interesa y conviene de manera específica a los que ostentan el poder. Para quienes gobiernan, debe ser una alegría ver que pocas personas salimos a las calles a manifestarnos. Les interesa porque cuanto menos reivindicativos y menos exigentes seamos con nuestros derechos más confianza tienen en poder seguir haciendo y deshaciendo sin remordimiento alguno.

Evidentemente, que la manifestación de ayer en nuestra ciudad no haya sido secundada por muchas más personas no quiere decir en absoluto que quienes no salen estén a favor de las barbaridades en forma de recortes que se están llevando a cabo.

Muy lejanos quedaron aquellos tiempos en los que se salía a la calle masivamente a reivindicar cuestiones que afectaban a nuestro futuro y con las que no estábamos de acuerdo. Hoy por hoy, nuestras quejas y protestas se reducen a ser debatidas en las cafeterías y en pequeños grupos. Aún así, en el fondo de las conciencias reconcome el saber que no hacer nada por el cambio es como estar a favor de todo lo malo que se nos impone.

Manifestarnos, expresar libremente nuestra oposición a las medidas del gobierno es un derecho constitucional y casi una obligación como ciudadanos y ciudadanas comprometidos con la situación por la que atraviesan millones de familias en nuestro país, con independencia de cuánto y cómo nos afecte individualmente.

“La resignación es un suicidio cotidiano”, dijo Balzac, y precisamente es ese suicidio social que nos quieren imponer los que gobiernan el que debemos intentar impedir mostrando nuestra oposición.