Y habló la justicia.

Y hablo y dejo claro que el PP que gobierna rodillo en mano y el resto de grupos políticos que prestaron su complicidad para silenciarme no tenían razón. No tenían ni razón ni argumentos objetivos pero aún así pactaron y acordaron llevar a cabo una injusticia.

Una injusticia tan grande y grave como privar del derecho de expresión y participación política y control de la acciones del gobierno a alguien absolutamente legitimado y cuyo mayor "delito" fue decidirse a salir de un grupo, excesivamente cercano al gobierno, y con una forma de entender la política que cada vez compartía menos.

Es claro y evidente que no tenía ni tengo los mismos recursos que el gobierno y quienes les bailan el agua para manipular la información ni su repercusión mediática. Tan evidente como que se decidieron a violar un derecho fundamental constitucional sin que se inmutasen.

Les daba igual.

Se lavaron las manos como Poncio Pilatos y siguieron con sus rutinas y sus vidas mientras yo revisaba toda la jurisprudencia que caía en mis manos.

En un gesto absolutamente propio de gobiernos dictatoriales y déspotas, al estilo de la inquisición, decidieron que merecía la hoguera.

La hoguera del silencio. La de la frialdad que debe dar creerse imbuido de una sabiduría divina en todos los ámbitos.

La hoguera de las tarántulas, serpientes, buitres, dinosaurios y demás animales de la fauna política local.

Sin embargo, me enseñaron que cuando uno cree tener razón debe siempre defenderla con todos los mecanismos a su alcance.

A pesar del esfuerzo, del sacrificio o de los malos ratos, vale la pena.

Y especialmente vale la pena por todas aquellas personas que, desinteresadamente, me han apoyado siempre a través de muestras de confianza diarias, algo que, en política, no suele ser muy habitual.

Y eso, es algo que no tiene precio.