Es algo sorprendente ver lo bien que les va a las empresas de seguros. Ya sabemos que la crisis ha llegado a todos los sectores, pero en algunos parece que menos que en otros.
Puede que lo que cuento no sea algo nuevo en nuestra sociedad, pero se me hace muy difícil encajar determinadas situaciones en las que los ciudadanos se encuentran fuera de toda prestación, sobre todo cuando pagan por ella, con su dinero, su paciencia, y en ocasiones con algo peor.

 

A lo que me refiero es a la forma tan descarada en que las empresas aseguradoras se toman el tiempo que les viene en gana para resolver los incidentes de sus abonados.

 

¿Quién no se ha encontrado alguna vez en un entuerto y ha visto como la compañía de seguros que le cubre no ha solucionado con prestancia el problema? Eso sí, a la hora de pagar más nos vale apresurarnos, no sea que se nos quede el culo al aire, o algo peor, que perdamos los beneficios de años sin dar un parte.

 

Es conocido por todos, gracias a los medios de comunicación, que algunos sectores se ven directamente afectados por lo que refiero en estas líneas: gruístas que se niegan a remolcar vehículos averiados, peritos con apretadas agendas de trabajo, profesionales a los que se les regatean las facturas, etc…

 

Lo peor de todo es que cada vez es más obligatorio ir asegurado, hasta es necesario asegurarse al pedir una hipoteca. Mucha exigencia por parte del Estado, pero a las aseguradoras ¿quién les exige? ¿Tan difícil es cumplir con lo acordado? ¿O es que tienen el chollo montado en colaboración con los Gobiernos?

 

La realidad es algo tan increíble que hasta asusta el pensarlo. Cuántas excusas nos habrán contado, cuántas cláusulas se habrán inventado, cuánto tiempo nos habrán robado y cuántas facturas se habrán ahorrado, sin contar con las numerosas llamadas telefónicas a líneas de atención al cliente que cuestan a euro el minuto, a veces por hablar con una máquina. Todo ello dentro de un marco legal que deja indefenso al usuario y a veces va más allá, pues si el afectado es otra persona que no tiene culpa de nada, ya le vale tener buena estrella y tener cubiertas las espaldas o, en el peor de los casos, ponerse en manos de su propio seguro de asistencia jurídica. Llegados a este punto, ya se puede uno sentar a esperar sentencia.

 

¿Dónde están los defensores del consumidor? Buceando en un mar de quejas que llegan a diario de la mano de personas como nosotros, personas normales y corrientes que se creyeron estar cubiertas por un seguro, que no es barato, y que no recibieron lo que se les vendió. Como si uno compra un jamón (o un cordero) y se lo envían ya con unas lonchitas (o patas) de menos.

 

En fin, en este siglo XXI, en este futuro que arranca con una pesada carga de Capitalismo Subvencionado, no nos queda más remedio que tragar y tragar, pero sin olvidarnos de tener dinero en el banco, no sea que nos falte para pagar una cuenta que ya hemos abonado de antemano.