Casualidades de la vida, la pasada semana, cuando viajaba a Bruselas desde Madrid, lo hice en un avión de Iberia que se llamaba así. Ciudad de Ceuta. Y también coincidí en el vuelo con Diego López Garrido, como meses atrás en el helicóptero hasta Ceuta, al que saludé amablemente. Todo me recordaba nuestra ciudad y sus dificultades. Por ejemplo, el enorme enfado de los viajeros, como suele ocurrir en los barcos que hacen la travesía del Estrecho, cuando el Comandante nos anunció un nuevo retraso de una hora en el despegue (ya había sufrido anteriormente otro igual), pero esta vez ya dentro del avión y con las puertas cerradas. Sólo permitieron que se bajaran varios pasajeros, por razones de urgencia. En esta ocasión la culpa había sido de los controladores franceses que estaban en huelga. Así nos lo dijeron, para que no hubiera dudas. Cuando es de las propias compañías, suelen callarse, salvo honrosas excepciones.

 

La razón de mi viaje era la estancia en el Colegio universitario belga Katholieke Hogeschool Kempen, perteneciente a la Universidad Católica de Lovaina, para impartir varias clases dentro del programa europeo Erasmus, de intercambio de profesores, al que nuestra Facultad de Educación y Humanidades está acogida, como el resto de centros de la Universidad de Granada, previa firma de los correspondientes acuerdos de colaboración. En la actualidad se tienen convenios de este tipo con centros de Italia, Portugal y Bélgica, pero se está a la espera de firmar con más países.

 

Los beneficios de este programa son patentes. Para los alumnos, porque se relacionan con otras culturas y con sistemas de enseñanza diferentes, además de abrirles nuevas y diferentes perspectivas de estudio y trabajo. Para los profesores, porque han de esforzarse para adaptar sus destrezas pedagógicas y de investigación a metodologías también distintas, lo cual enriquece sus conocimientos, que a su vez repercute de forma positiva en sus lugares de origen. Para unos y otros, porque les hace ver el mundo desde una perspectiva más abierta y cosmopolita, permitiéndoles así salir del pequeño y asfixiante mundo en el que solemos estar inmersos. También, porque amplía el dominio de otras lenguas, lo cual no es una cuestión baladí en un mundo como el actual. Y de paso te permite contar las excelencias de tu centro y de tu tierra, para así intentar captar cantidatos a futuros intercambios.

 

El K.H.Kempen, según me contaba uno de los colegas belgas, se creó en 1982, y se planificó para un máximo de 2.500 alumnos. Los fundadores temían que el proyecto fracasara, dado que la población de la ciudad de Geel, en la que se ubica, apenas llega a los 40.000 habitantes. Sin embargo, una magnífica red ferroviaria, un esfuerzo titánico por extender su influencia por todo el mundo, una muy buena calidad de su enseñanza y un enorme deseo de aprender, han hecho que en la actualidad el Campus cuente con casi 6.000 alumnos, repartidos en cuatro especialidades. Varios detalles. Uno. Sólo para llevar a cabo los contactos internacionales y promover intercambios del programa Erasmus cuentan con un equipo de 11 personas, con perspectivas de ampliación. Otro. Durante mi estancia no he encontrado a ningún alumno o profesor que no hablara, además de su idioma local, el inglés o el francés. Algunos también el alemán o el español. De hecho, presencié una multitudinaria conferencia impartida por un reputado escritor inglés, Richard Lewis, que nos habló de la interculturalidad y de las dificultades para la construcción de la Unión Europea, como consecuencia de las enormes diferencias de cultura y costumbres que había entre nosotros, en la que, en un perfecto inglés, el escritor pronunciaba su conferencia en un salón de actos abarrotado de estudiantes (más de 500). Todos le entendían perfectamente, como se podía deducir por el intenso debate que se generó (en mi caso, en algunas ocasiones necesité la ayuda de algún colega bilingüe). Por último. La mayoría de estudiantes y profesores usaban la bicicleta, o el transporte público, para sus desplazamientos.

 

En alguna ocasión he hablado de la denominada 'Ley de Say', para referirme a aquél principio formulado por Jean Baptiste Say en 1803, que, resumido, venía a afirmar que no podía haber demanda sin oferta. Aunque yo no esté de acuerdo con alguna de las aplicaciones posteriores de este principio, como por ejemplo, cuando para incrementar la prosperidad de los pueblos se ha confiado, casi exclusivamente, en un crecimiento económico basado en el aumento de la producción sin límites, que nos ha conducido a un colapso medioambiental del planeta jamás conocido; sí es cierto que, a veces, el asunto está en poner en marcha algún tipo de idea emprendedora, y en hacerlo bien. Si eres capaz de ofrecer calidad y seriedad, lo normal es que la gente responda. Esto es lo que ha ocurrido con el Campus de Geel, en donde, además de una organización cuidada al máximo, el ambiente de trabajo y el espíritu de esfuerzo se palpa en todos sus rincones. Quizás aquí esté el secreto de su éxito.

 

De la misma forma, en Ceuta tenemos la oportunidad de hacer de nuestra Facultad un centro de prestigio. Para ello, lo de construir un Campus nuevo será lo menos importante. La idea debe ser perseguir la excelencia. Y esto sólo se consigue con dedicación y esfuerzo. Y sobre todo con seriedad y ofertando estudios de calidad. El resto vendrá por añadidura.