La peatonalización de los centros históricos de las ciudades es una sana costumbre que cada día se va imponiendo más, a pesar de las protestas, a veces con cierta razón, de algunos ciudadanos. Lo cierto es que cuando la obra se culmina y se comprueba lo beneficioso que para las personas es la recuperación de estos espacios, se agradece, y hasta se disculpan las molestias que se hayan podido causar.

Ha ocurrido en todas las ciudades del mundo desarrollado, y del que se está desarrollando. Llega el progreso, que en teoría se hace para el bienestar de las personas, pero estas dejan de ser el centro y la medida de las cosas. Nos convertimos en una mercancía más que se vende como fuerza de trabajo por un precio. Las máquinas lo invaden todo. Y se produce una “esclavitud dolorosa del hombre y máquina juntos”, en palabras de Lorca. También llegó a Ceuta, aunque sin industria, pero con mucho comercio y mucho automóvil que se desplazaba por la calle Real.

Hoy nos hemos cansado de ciudades en las que no se puede vivir. Se está recuperando la calle, el pasear tranquilamente, el sentarse en la puerta de un establecimiento a tomar un café sin el acoso del automóvil. Y esto, al contrario de lo que se pensaba, ha revitalizado el comercio, ha traído nuevas ideas, ha revalorizado los abandonados locales. Igual pasa en Ceuta. Hasta el punto de que han sido los propios comerciantes los que han pedido la peatonalización de las siguientes fases de remodelación de la calle Real.

Pero hay un problema. Los vecinos que allí viven. Las personas mayores, o no tan mayores, que tienen necesidad de ayuda para desplazarse. Las que tienen que hacer una mudanza. Las que se van de viaje. O simplemente, las que tienen que ser abastecidas de una botella de gas, o de una compra de alimentación. También los comercios, pequeños y no tan pequeños, a los que se les tiene que proveer de mercancías.

En estos casos, se adoptan distintas soluciones, dependiendo de las circunstancias. En Ceuta, salvo la autorización especial (¿la tienen?) a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado para llegar con los vehículos hasta la puerta del Hotel en el que se alojan, o la que tienen la policía local y los bomberos para acceder con sus vehículos a la zona del Revellín y calle Real, nadie más puede entrar con vehículos a la zona peatonal, salvo las ambulancias, en casos de extrema urgencia, y esto si se encuentran las llaves de los pivotes de la entrada de la calle.

Este sistema, extremadamente restrictivo para las necesidades de los vecinos, hasta ahora ha funcionado, fundamentalmente, gracias a que se permitía el estacionamiento temporal a la entrada del Revellín de los vehículos que necesitaban dar algún servicio a sus habitantes y comercios. Sin embargo, nuestro flamante Consejero de Gobernación ha sido tajante. En esa zona no se puede aparcar, salvo que con 24 horas de antelación se solicite, y se pague, la correspondiente tasa de ocupación de la vía pública. Y ha dado las oportunas órdenes a sus policías locales para que vigilen el cumplimiento estricto de la misma.

Los perjudicados por esta medida son, además de los vecinos, los trabajadores que han de transportar alguna mercancía al lugar. Y también los propios policías locales, que han de enfrentarse a diario a los que allí necesitan estacionar, por la obligación que tienen de hacer cumplir una orden estúpida y sin sentido, que para colmo, muchos de ellos no comparten. Los beneficiados no los conozco, aunque es posible que nuestro estupendo Consejero esté pensando en los turistas y en las fotografías que puedan hacer, pues de esta forma, sin obstáculos, quizás entienda que la zona gana en perspectiva y profundidad de campo.

Si esta es la razón de la referida orden, no estaría nada mal que también se planteara situar al comienzo de la calle a una pareja de guardias con uniformes de gala. En la Torre de Londres se hace algo parecido desde hace más de 500 años y el atractivo turístico es incuestionable.