Estaba yo compartiendo menú del día y mantel de papel con unos compadres en el Sindi Bar (sé que en estos casos luce más el hall del Tryp, pero aún me queda conciencia de clase) y, sin saber muy bien cómo (quizá por los vapores del vino con gaseosa) la conversación derivó en la búsqueda de una idea genial que pusiese a Ceuta en el mapamundi. He de precisar, para los amantes del etnocentrismo que censuran la valoración del foráneo por defecto, que al calor de aquel almuerzo estaban un caballa de Hadú, Carlos Verdugo; un gaditano de Barbate, Kike Roldán, y un servidor de ustedes-vosotros, del mismo Bilbao. En un momento del disparatado debate nos acordamos de los dos Hércules de Ginés Serrán Pagán y los tres coincidimos en la frustración general ante aquellos diminutos Hércules gigantes. La idea original era buena, muy buena, apropiarse de un mito griego universal, pero Serrán Pagán pecó de timorato.
No sé bien de quien fue la idea original pero estábamos de acuerdo en que debería haber sido un Hércules enorme, gigantesco, bestial. De 50 metros, propuso uno. No, mejor una mole de hormigón de 100 metros, propuse yo (probablemente empujado por el bilbainismo, una suerte de gigantismo psicológico que roza la ludopatía social). La idea fue tomando forma (hercúlea) entre risas. Era necesario construir un Hércules de hormigón (un material barato) que dominara el Estrecho desde Ceuta; tan grande que asustara a los windsurfistas de Tarifa al ver aparecer entre la bruma a un gigante; un coloso que debería levantarse en Benzú (el Hacho está ya pillado) y de este modo revitalizar una barriada deprimida, casi excluida de la ciudad autónoma. Reconozco que en el fragor de la tormenta de ideas el proyecto se nos fue de las manos. Al de un rato, el Hércules llevaba una enorme linterna (para echar una mano a la Guardia Civil en la frontera) y una tetería-mirador coronaba la cabeza del coloso. . Incluso se planteó la posibilidad de que lo inaugurara Arnold Swarzzeneger, en honor a su primer papel en Hollywood… Les ahorraré fantasías pero, pasado el tiempo y evaporada la bruma del vino, confieso que la idea, aunque descabellada (qué rayos querrá decir descabellada, ¿sin cabello?) no es tan idiota como parece a simple vista. Y quizá Ceuta esté necesitada de una idea loca que aporte un nuevo brillo, un hito sorprendente que abra un nuevo camino. Al menos habría una excusa nueva para cruzar el Estrecho y apoquinar el billete del barco. Y el mundo está lleno de ideas locas y bellas (y ésta creo que lo es) que han pasado a la historia. Ahí queda la idea. Quizá haya llegado el momento de construir el nuevo Coloso que tienda, de verdad, un puente simbólico entre los dos continentes. Y de paso, Ceuta rendiría tributo a su nacimiento: el día en que a Hércules se le ocurrió separar los montes Calpe y Abyla alejando a Ceuta de sus raíces pero regalándola un lugar de honor en la mitología. Pero la subasta está abierta. Si esta idea no les gusta hagan sus apuestas. El futuro se construye con buenas ideas.