Soy de los que piensan que, en política, muchas veces son más importantes las formas que los fondos. El fondo es la sustancia, más la forma anuncia el talante, el modo en el que se piensa llevar a cabo. Ejemplo: de la visita de Kennedy al Berlín de la postguerra sólo queda una frase: Yo soy un berlinés. Del resto de lo que hiciera JFK, nadie tiene ni puñetera idea.

Ayer, Bibiana Aído se estrenaba como compareciente ante el Congreso de los Diputados para explicar las líneas básicas de su política ministerial. Y, pese a que el fondo no dejó entrever grandes soluciones, las formas elegidas por la ministra hubieran desatado la taquicardia en el añorado Lázaro Carreter.Puede entenderse, dicho con un tono irónico, lo de señorías y señoríos. Pero cuando la frasecita de marras se repite más de la cuenta, o denota falta de argumentos o, lo que es peor, la flamante ministra se descubre como una ferviente defensora de la femineidad del lenguaje.

El idioma castellano, querida ministra, es demasiado hermoso como para que ahora nos dediquemos a reinventarlo. Bastante daño le hacemos ya con el lising en vez del alquiler, con el hat-trick por el triplete de goles o con el briefing por lo que de toda la vida ha sido un informe.

No vamos a acabar con las desigualdades a base de cargarnos el idioma (o idiomo, como Su Señoría prefiera). Lo único que podemos conseguir, para desgracia de su gestión, es que se la recuerde como la ministra del "miembros y miembras". Y por cierto, yendo al fondo de su exposición. Creía que el problema no eran los hombres en general, sino los tarados que la emprenden a golpes contra su pareja. La masculinidad, en si, no es mala, puesto que somos millones los varones que jamás hemos puesto una mano encima a nadie. ¿Qué es eso, pues, de cambiar la masculinidad?. España no es una película de Almodóvar.

Y ya que hablamos de desigualdad y maltrato, siendo usted la ministra de la cosa (o coso) le pongo sobre la mesa un ejemplo bastante común. Imagínese el caso de un hombre, al que su mujer deja por otro. Lo echan de su casa -que él sigue pagando-, le cambian la cerradura, lo dejan con poco más de trescientos euros a pesar de que ella y su pareja también trabajen. Encima, tiene problemas para ver a sus hijos y no puede llevarle la contraria a su ex mujer porque puede acabar en el calabozo, denunciado por acoso. Y es que denuncia es equivalente a noche de talego, aunque lo que se denuncia sea más falso que un billete con la cara de Corto Maltés. ¿Eso no es maltrato, señora?.