La primera visita a Cádiz de la que tengo recuerdo debió ser a mediados de los 80. Era en el viejo Seat de mi tío, residente en El Puerto de Santa María. Creo recordar una conversación entre el y mi padre sobre lo mal que estaba el aparcamiento en la Tacita de Plata. La vista del Campo del Sur, que tanto me recuerda a la Rivera, y la conversación me hicieron pensar, aún en mi niñez, que Ceuta y Cádiz no eran tan diferentes.

Con el tiempo mi "gaditanismo" siguió creciendo. Ya pude descubrir el placer de perderme por la Plaza de España o los chicharrones con café en la puerta del Mercado. Aprendía a dejarme los dedos buscando entre los expositores de El Melli las cintas de Martínez Ares -bendita sea por siempre tu ventolera, pregonero-, Pedro Romero, Antonio Martín, Julio Pardo o Joaquín Quiñones. Y yo también sabía recitar de memoria el abc del cadista mítico: Szendrey; Barla, Cortijo, Linares, Carmelo; Mejías, Mágico González, Montero, Jose, Kiko, Dertycia, Tilico.... Sus muertos el que no.

Yo he pescado en la Bahía, he mariscado navajas. La salud también hizo a mi familia conocer los pasillos de San Rafael. A mi también me intriga saber que puñetas pasó en San Severiano hace sesenta años para que las entrañas de la abuela de occidente reventaran hasta hacer, de nuevo, invencibles las murallas de Puerta Tierra.

Llegué, pues, a la convicción de que Cádiz y Ceuta son lo más parecido que he encontrado. Las dos encomendaron su patronazgo a María de Africa y María del Rosario por milagros relacionados con epidemias y maremotos. Las dos son ciudades portuarias, flanqueadas por la vista del mar a cada metro y por la nostalgia de los años en que el "muelle" rebosaba de trabajo y esplendor. A las dos llega el correo y en ambas sopla el levante, el poniente y el vendaval. Las dos fueron fenicias y romanas. Cádiz recuerda a Carranza y Salvochea, fue glosada por Alberti. Ceuta venera a Sánchez Prados y fue cuna de Anglada. Meses pasados en el Revellín y el Tango de los Anticuarios. Y ambas son de piedra, si: la piedra que hace tirabuzones con las bombas de la fanfarria y la piedra que se hace foso para resistir sitios de treinta años y guardar el abrazo entre dos mares.

Las dos presentan, también, tasas de paro elevadísimas y hasta en eso nos parecemos gaditanos y ceutíes: en arreglarlo todo en la barra del bar, en querer coger el coche o el barco para nunca volver, pero darnos cuenta de que algo se muere en el alma cuando la tierra se queda atrás. Y a la vista de los últimos proyectos del Gobierno de Ceuta , ya circula un malicioso chiste que dice que lo del hermanamiento incluye también nuevo puente y soterramiento.

De Cádiz a Ceuta, del Chorrillo a la Caleta. Podría estar escribiendo similitudes dos o tres días. Pero he querido colgar la bandera amarilla en este barco de arroz para decir que, a mi, no me hacen falta pomposos actos ni fraternidades políticas para mirar desde los bloques a la Viña y parecerme ver bajo un reguero de farolas iluminadas la Almadraba y Juan XXIII.