En este preciso instante, una hora y media antes de que comience la campaña electoral para ese país de maná floreciente que Rajoy o ZP nos regalarán a partir del próximo dia diez, hago algo que odio: escribir por escribir, sin motivo, sin una musa que me inspire, sin un motivo que ahora mismo me incite a darle palos a la derecha, la izquierda o el de más allá.

La falta de inspiración es uno de los grandes males de aquellas personas que amamos esto de expresar lo que sentimos a través de unos cuantos párrafos. El cuerpo me pide dormir, más no: me esperan PSOE, PP y el Sursum Corda para prometerme pisos a treinta mil euros y que no me tendrá que sonar el despertador para comer. Mi papeleta puede decidir que gobierne uno u otro, pero una cosa está muy clara: si me creo a mis representantes políticos, gane quien gane, tendré dentista gratis, quinientos euros por gentileza del fisco cada equis meses en mi cuenta corriente y no tendré más preocupación que la de agradecer a mis políticos el detalle y el desvelo que tienen por mí. Ya no nos robarán el radiocasette del coche: nos forzarán las puertas del vehículo para que tengamos uno mejor.

Si escucho música, nada me atrae tampoco. Sólo Amy Winehouse, cuyas letras entiendo menos que su sendero de autodestrucción -I don't speak english- me transmite algo. Su voz podría consolidarse a lo largo de las próximas décadas como una voz de culto, mi duda ahora es si lo hará por la fatalidad que lanzó a la leyenda a Janis Joplin -pinta tiene- o por que su cotización suba. Hablando de música, me llega un rumor referente al último poeta, José Luis Figuereo, El Barrio. Si es mentira, maldito sea quien se dedica a propagarlo. Si es verdad, pienso que aún quedan muchas palomas por enviar a la fuente del deseo. Ni en Roma ni en España queda mucha gente que me levante el vello como el hombre del barrio de Santa María.

Mi ciudad, Ceuta, tampoco me pone esta noche. Las navieras demuestran la cachondada eterna en la que han vivido en los últimos años con los precios, el paro sigue creciendo, sigue sin convencerme el Mercado del Revellín y, a todo esto, Simarro en Rumanía .

Si hablo de amor, mejor lo dejamos y me voy al fútbol. Que tampoco me apasiona ultimamente: sigo esperando un jugador que me incite a sentarme delante del televisor aunque juegue con el Montpellier. Debiera desengañarme: jamás volveremos a ver a Zizou vestido de corto.

De carnaval, prefiero no hablar. De terrorismo, tampoco; no aportaría nada nuevo llamando hijos de puta a los hijos de puta. De Kosovo me aterra que el polvorín de Europa vuelva a arder y por Africa nadie llora, así que tampoco me pidan ustedes que me acuerde de ella en mis momentos de baja inspiración a pesar de todo lo que le debemos. A Bardem le deseo suerte, más no me apasiona su posible victoria: predicar revolución a razón de contratos millonarios por película no es precisamente un ejemplo de coherencia.

Así que, debo desengañarme, doy por concluida mi escritura de hoy. Actualizar y escribir por el mero hecho de hacerlo no es algo saludable, y me comprometo a no repetir. Si al menos tuviera una sóla cosa sobre la que escribir...