Milite, simpatize o no con algún partido, lo que si es cierto es que dedicándome a lo que me dedico y viviendo en la ciudad que vivo, puedo dar fe de que el roze hace el cariño. A lo largo de algo más de una década de actividad profesional, he encontrado de todo en la vida interna de los partidos. Y no se si puedo presumir de muchas cosas, pero si de encontrar amigos en todos ellos.
Amigos en algunos casos, y gente que se ha desvivido por unas siglas. Siempre dije que admiraba a aquel militante del PP que había trabajado desde los tiempos de Hernández Mancha, había trabajado durante los ocho años de gobierno Aznar, dio la cara durante el año y medio de Sampietro y no se ha dado media vuelta ahora, para seguir trabajando en plena travesía de los populares por el desierto nacional. Con el PSOE me pasa otro tanto de lo mismo. Debió ser fácil ser militante socialista en los ochenta: Felipe González ganaba una elección detrás de otra, y en Ceuta, hasta la irrupción del PFC, ganaban sin holgura, pero ganaban. A fin de cuentas, en política es lo único que vale a las máquinas de hacer resultados en que se han convertido los dos principales partidos de nuestro país. Luego vino la desmembración definitiva del PSOE a nivel local, que fue la antesala de los ocho años de aznarismo. Aún así, hubo gente que nunca abandonó la nave. Ni siquiera cuando Aznar gobernaba con mayoría absoluta y el GIL hacía lo propio en Ceuta. Son gente que merece la pena, pensé, y pienso. Cuando estás ante gente que nunca ha agachado la cerviz y siempre ha apostado por unas siglas para tratar de mejorar la sociedad, sueles estar ante gente con la que, al menos, se puede hablar. Por eso, y sin entrar en detalles, no puedo sino solidarizarme con algunas personas que se que no se acercaron al PSOE para medrar. No entro en detalles, porque manda narices que en un partido democrático, el enviado de Madrid se haya negado a coger el teléfono a los medios de comunicación, y ni siquiera se haya descolgado el móvil por cortesía para decir algo tan respetable para mi como "perdona, pero no voy a hacer declaraciones". Qué decepción, Salvador De la Encina, qué decepción. No entro, pues, en detalles porque ni siquiera me han sido facilitados por las dos partes. Pero una vez me dijeron que quien nada oculta, todo muestra. Juan Vivas sigue cotizando alto. Al presidente de la Ciudad le bastará con no descuidarse en exceso, no entrar en una confrontación abierta con la Administración General del Estado y apuntalar la unidad del Gobierno local para sellar, en 2011, otra mayoría absoluta. Más que nada porque, quien teóricamente debiera hacerle frente, aparece retratado como el ganador de un proceso turbio, con sus purgas incluidas. Pesado lastre para tratar de desmontar una mayoría que, a fuer de repetirse, va camino de transformarse en régimen. A mi, que me llaman facha en el PSOE y rojo en el PP, me apena que gente como Juan Hernández, Ori Mateos o Gonzalo Sanz hayan acabado su carrera política del mismo modo que antes lo hicieron otros: engullidos por un partido que de tanta guerra interna se ha quedado esquelético. Y a José Antonio Carracao, decirle que, pese a todo, me alegro que un tío de mi quinta empiece a asumir responsabilidades como la de dirigir en Ceuta el partido que gobierna España. Y desearle mucha suerte. Porque la va a necesitar, si no quiere acabar, como sus antecesores, aplastado por la misma piedra que arrastra una y otra vez el PSOE local como si del mítico Sisifo se tratase: la del cainismo. La mano que mece la cuna, es la mano que mece el mundo. Y sonríe.