Es sábado mañanero, de resaca de ensayito general en O'Donnel. He dormido poco, y la ocasión lo merecía: ver a las chirigotas de Alberto Mateos y Josemi Romero, las comparsas de Elo, Susana y Juan Bagglieto y la comparsa de los carboneros es sólo la antesala, la excusa perfecta para alrededor de una de las pocas barras que ha sentido nudillos a ritmo de tres por cuatro y vive para contarlo echar un buen rato de coplas y copas. Sobrevivo al envite de Manolo Creo y soy capaz de darle la réplica cantiñeando por Voces Negras, Charlot, Caleta, Recuerdos de Papel y la comparsa que me enamoró del carnaval gaditano: Raza Mora.

Me he levantado tempranito, como digo. Cafelito con leche y pan con aceitito hasta mi primera cita, pues me esperan en la tele para grabar una "jaramillada". Ya contaremos de qué se trata, pero me gusta la idea y tiene su puntito que se acuerden de uno para estas cosas.

Repaso lo que he vivido en las últimas horas, y me da por pensar que O'Donnell, como bien cantan Los Clones, tiene su magia. Yo no crecí allí, pero si he vivido las noches de verbena, el botellón furtivo alrededor del eucalipto. Si siento el pellizco cada vez que voy al local y veo fotos de coros navideños y chirigotas, con el maestro Pepe Romero posando junto a chiquillos que de mayores no queríamos ser futbolistas sino chirigoteros. Y rememorando lo cantado por Los miembros del Jurao, me doy cuenta que ya voy teniendo algunos años cuando soy capaz de vibrar recordando la Cruz de Mayo de Solis. A lo que mi imaginario añade los ambigús del Benoliel, el callejeo por el Morro, los churros del Canarias, Campanero o la Campana antigua, las ofertas para "militares y pueblo de Ceuta en general" del paseo de las Palmeras o lo estrechito del Pasaje Fernández. Como me acuerdo de la mantequilla Breda, el foie-gras azul, el chocolate Ricoh, el Bazooka, la Casera blanca o la caballita en tomate. Y no me olvido a mi mismo, siendo un crío, subiendo la cuesta del Recinto de manos de mi abuelo para ir al Cine Africa. En la puerta, chocolatinas y la foto de Rita Haywort, Humprey Bogart a tamaño real. Como tampoco me olvido de mi cine Cervantes, que se murió mientras los reyes del mambo tocaban canciones de amor o del Terramar, cine de barrio y verano.

El revellín esta extraño. Apenas huele a naranjo, y casi nada a azahares. Bajo el edificio del Mercado, que dentro de poco será un intercambiador de autobuses, hay un paseo urbano, pero me faltan la fuente y los estancos. Y en la Manzana de las narices, ahora nos colocan un mercado al lado de un teatro. Que de lo político y urbanístico ya hablaré otro día, más no me lo creo. Porque un pellizco melancólico me embriaga, tal vez porque me doy cuenta de que entre tanto cemento y progreso, la Ceuta de mi infancia y adolescencia se está perdiendo. Que el alma de la Ciudad que fue descansa en paz bajo toneladas de asfalto. Ya no quedan patios con macetas en la puerta, sábanas tendidas y chiquillos jugando en las escaleras. Y dentro de poco ya no quedará Mercado Central. Ceuta progresa, dicen. Más si no fuera por el Hacho al fondo, que mucho me temo acabará cambiando su verde por el mármol, a veces tengo la sensación de no saber si estoy en mi ciudad o en Santiago de Compostela