Recuerdo, cuando Rodríguez Zapatero daba sus primeros pasos en Moncloa, que al entonces nuevo presidente le dió por reformar los estatutos de autonomía -todos menos dos que yo me se, por cierto-. Al albor de las nuevas competencias, salieron algunas ideas que, de no ser por la seriedad del asunto, serían dignas de considerarse cachondeables en grado sumo.

Quiso Marcelino Iglesias blindar el Ebro para Aragón. Y, mi favorita: Donmanué Chaves proclamó que el flamenco era patrimonio andaluz. Es decir: que Miguel Póveda, catalán de origen extremeño y Diego el Cigala, gitano y madrileño, tendrían que dedicarse al heavy metal. Por no hablar de mi paisano Antonio Arenas -nada como morirse para que se acuerden de uno- o Francisco Vallecillo, cuya maestría flamencóloga sentó cátedra en Sevilla.

Algunos años después, y lejos de atemperarse el debate autonómico, los hay que siguen reivindicando lo mejor para sus regiones -por lo que se les paga, oiga- a base de "la maté por qué era mía".

El último en subirse al carrusel del disparate ha sido el presidente gallego, Emilio Perez Touriño, que quiere que ahora pasemos por caja el resto de españoles porque ellos, en Galicia, tienen un idioma cooficial. Y yo pregunto: si yo pago mis impuestos para que Galicia tenga un idioma oficial ¿tengo también derecho a opositar, en castellano, a una plaza de auxiliar administrativo en Santiago de Compostela, Orense o Celanova?.

Qué nadie se equivoque: no tengo nada en contra de las lenguas cooficiales. Es más, a mi que sólo domino el castellano y a durísimas penas algo de inglés elemental, no me importaría hablar algún día catalán o gallego, lenguas con una sonoridad que invita a acercarse a ellas.

Soy, por tanto, partidario de la promoción de estas lenguas, por dos motivos. El primero por el respeto que, en el caso del gallego, me merecen algunas obras y autores que lo usaron como vehículo de expresión. El segundo porque entiendo que los pueblos tienen el derecho a sentirse orgullosos de sus hechos diferenciales. Pero el castellano, o español, no debe ser jamás despreciado, y menos con fondos públicos. Qué a mi me quiten dinero de mi nómina para promocionar el catalán como un idioma rico e integrador, pues vale, pero que luego en mi propio país no se pueda rotular un comercio en castellano en Las Ramblas, como que no.

En vez de enriquecernos a todos, las diferencias han servido para desunirnos y sentirnos más alejados unos de otros. Las diferencias lógicas entre españoles debieran ser una fuente de orgullo y amplitud de miras, no un instrumento para hacer el discurso sentimentaloide y lacrimógeno por parte de los políticos locales y autonómicos. Por cierto: teniendo en cuenta que el portugués, según diversas fuentes, proviene del gallego ¿tendrán que pagar un impuesto lusos, brasileños, mozambiqueños o angoleños por usar la lengua de Rosalía de Castro?. ¿Visitará Touriño el Palacio de la Alvorada para pedirle a Lula que pase por caja?. Y ya cambiando de asunto, me entero que la nueva línea de autobuses del centro de Ceuta contará con no se que chisme para el medio ambiente. ¿Los vecinos del Polígono, Pedro Lamata, Zurrón, Los Rosales o Villajovita, por ejemplo, no tenemos derecho a un aire más limpio?. Pregunto, vamos.