"Algunas veces paso por el mercado y le traigo rosas", cantaba Victor Manuel en una de sus canciones. Debe ser por eso por lo que no es tan incompatible aquello de la venta de verduras con la cultura, como algunos nos hemos creido. Qué catetismo el mío, lo reconozco. Mira que no saber apreciar lo bello, lo etéreo y espiritual de un mercado de abastos justo al lado de un teatro.

Debo tener menos sensibilidad que un cenicero cuando me niego a encontrarle ventajas al traslado del Mercado Central a la Manzana del Revellín, la más famosa desde aquella que se comió Eva y supuso que nos dieran matarile en el paraíso.

La generación de mis padres recuerda donde estaba cada uno cuando mataron a Kennedy, murió Franco o Tejero se puso a hacer el gallareta en el Congreso. La mía tiene otros referentes: Barcelona 92, el 11-S y el 11-M, los goles de Zidane o Nayim y, desde dentro de muy poco, el traslado del mercado a la Manzana.

¿Es que aún dudan ustedes?. ¿No se han dado cuenta de que en una parcela que lleva el nombre de la mayor de todas las frutas sólo puede caber un mercado? ¿Y lo chic, progre y moderno que quedarán los colapsos de tráfico mientras se descarga el trailer de la Pasión Vega de turno y a la vez veinte kilos de cazón, sardinas o corazones?.

Y yo, para no disgustar a nadie, me comprometo a hacerme fotos, a hablar con mis amigos en el Mercado del Revellín, porque uno no es ser humano del todo hasta que no se relaciona en un mercado. Así, podré hacerme la foto de mi vida. Si alguna vez me caso, no me inmortalizaré en el Parque Marítimo o en las Murallas Reales, no: lo haré en la puerta de la huevería, oliendo a choco y con los gorgoritos de Ainhoa Arteta mezclándose con esa lírica frase, digna del mejor Verdi: "Manolo, un cuartito de aguja palá y un trocito de queso fresco, que es que mi Jenny se ha puesto unos días a régimen pa que le entre el traje de fin de año"... Ni en la Scala de Milán.

Qué simpar idea, que magistral ocurrencia. Da igual que el actual Mercado no tenga ningún problema que obligue a su traslado y que la broma nos vaya a salir por 300 millones de pesetas al año durante un par de reencarnaciones, mientras, por ejemplo, hay trabajadores de la piscina municipal que llevan tres meses sin cobrar. Qué importa que en el Revellín vayan a sobrar la mitad de los concesionarios de mercado: si no tienen trabajo, que se dediquen al Bel Canto. Porque el que vende las olivas cantando aquello de "aceituneros altivos, decidme en el alma quien...", el de la frutería anunciando "naranjas en agosto, y uvas en abril" y el del pescado cantiñeando "los boquerones, y las sardinas"(Meses pasados en el Revellín), no tiene precio. ¿Qué olerá a almeja hasta en la Plaza de los Reyes o que seremos los primeros al este de Bratislava en colocar un mercado al lado de un teatro?. Da igual. No nos equivocamos nosotros, se equivoca el resto de la humanidad. Seguro. E invadido por este espíritu músico-cultural, me voy cantando, otra vez por Victor Manuel y Ana Belén: "Y mientras el mundo se queda, transitando por la misma via, aquí estamos rueda que te rueda, ahuyentando la melancolía"...