Les garantizo que el título no va con segundas. Me refiero a la polémica que se está organizando, en los últimos días, en Ceuta con la posibilidad de que el Gobierno contrate una corrida de toros para el próximo dos de septiembre, Día de la Autonomía, y que ya hace correr ríos de tinta. Era evidente que la medida no gustaría a todo el mundo. Yo soy el primero que no iré a la corrida de toros: no me gusta nada la fiesta nacional, pero tampoco me atrae lo más mínimo. Ahora bien: no iré, y punto, lo que no quiere decir que esté en contra de que otras personas vayan o dejen de ir.

Es un gasto supérfluo e innecesario, dicen las voces que se han alzado en contra del festejo. Puede que no les falte razón, pero tampoco al amigo Jesús Carretero, cuando se preguntaba recientemente si no eran iguales de supérfluos e innecesarios los alumbrados extraordinarios de carnaval, semana santa, feria o -incluyo- ramadán.

Lo que no me gusta, una vez más, es la politización del asunto. Ni vamos a ser menos españoles por no tener un festejo taurino ni tampoco vamos a ser más incívicos por tenerlo. Y eso de mezclar religión con la fiesta -hay un alto porcentaje de musulmanes y el islam impide el daño a los animales, se ha dicho- me parece absolutamente disparatado. Yo soy cristiano y a mi no me gustan los toros. ¿No habrá ni un sólo musulmán al que si le gusten?.

A mi, dicho queda, no me gusta el mundo del toro. Y a lo mejor puede resultar hipócrita o buenrollista por mi parte, pero creo que si me gustaría en caso de sobrar el estoque o el descabello. No lo sé, puesto que hablo desde mi condición de pagano de la fiesta. Pero una cosa si tengo clara: no nos gusta que le hagan daño a los animales, pero luego el rabo de toro con sus papas fritas está de categoría. No nos gusta que se maten a los animales, pero señal de distinción y pecho henchido es tener dinero para pagar un visón y regalarlo o, en el caso de las señoras, lucirlo. No nos gusta que se haga daño a los animales, pero tenemos España entera llena de loro parques y especies como el burro -ayer estuve escuchando a Pulichinela- se extinguen sin que nadie mueva un dedo. No nos gusta dañar a los animales, pero por capricho metemos un pastor alemán en un piso de cincuenta metros cuadrados, con parienta, niños y suegra, para en muchos casos entregarlo a una fría perrera. Y aunque yo no pagaré mi entrada ni iré a ver el festejo ni estoy a favor de los toros en Ceuta, no dejo de reconocer que, posiblemente, la especie taurina habría pasado a la historia de no ser por las corridas. Toros en Ceuta, ¿por qué?. Pero ¿por qué no?.

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