Durante los últimos años de su vida, siempre repetía el mismo ceremonial. Se alojaba en una habitación del Tryp, se bajaba junto a su señora tempranito a la Gran Vía y se sentaba esperando que pasaran las cofradías por Carrera Oficial. Tenía, no crean, alojamiento en Ceuta: no le faltaban familiares que le insistían en que no era necesario se dejase un dinero en la habitación teniendo ellos camas vacías.

Pero mi amigo, que no es que fuera muy creyente, sabía que no era solo esperar a que pasaran el Medinaceli, La Amargura o el Santo Entierro. Era una manera de recuperar un trocito de su vida, de esa ciudad que había abandonado hace cuarenta años para buscarse la vida en el todo Madrid. No había, pues, tarde en que no se encontrara a gente de su quinta: del barrio de las Latas, del Centenero o de Alfau, con la que rememorara tiempos juveniles, años de fábricas de hielo, harina y pescado. Y eso era, para el, lo más importante puesto que mi amigo, encima, era comunista.

Como mi amigo, muchas otras personas aprovechan cada Semana Santa para viajar, a Ceuta, Bilbao, Sevilla o Valladolid. La época de Doña Cuaresma es la percha para ponerse el traje de la morriña, y de paso, retratarse en los hoteles, barras de restaurantes, etc.

Servidor no es muy creyente, pese a que si se considere seguidor de Jesús de Nazaret, como atestigua la cruz que llevo colgada al pecho. Es raro -aunque no imposible- verme siguiendo una salida de Las Penas, una subida hacia el Valle o al Nazareno haciéndolo bonito por la Amargura. Difícilmente me verá alguien en Semana Santa esperando para captar la primera foto, la de la Pollinica, por Manzanera. Y eso que vivo prácticamente al lado.

 Pero soy consciente de que no sólo Ceuta, sino Occidente entero está articulado en torno al cristianismo. ¿Qué no me creen?. Piensen entonces en aquello de "ganarnos el pan", en nuestra devoción por el vino, en descansar los domingos, en coger vacaciones en Navidad y Semana Santa.

 Quiero decir con esto que no tengo alma de costalero, más soy demócrata. ¿Y qué tiene que ver una cosa con la otra?. Pues tan sencillo como que, lo que no me gusta, no lo miro, pero lo respeto. Así, tal cual. Y como a mi también me parecía ver al becerro de oro cada Semana Santa, me dio por investigar. Y llegué a conclusiones sorprendentes, como las cantidades de dinero que, efectivamente, destinan las cofradías a obras benéficas. ¿Qué podrían, y debieran, ser mas?. Posiblemente, pero me consta que, en la medida de lo posible, se da de comer al hambriento.

La religiosidad no es obligatoria. Pero es un trozo de cultura popular y, como tal, hay que respetarla. Para la Semana Santa y para cualquier otra celebración, cristiana o no. Esto lo escribe quien presume, a pecho lleno, de tener amigos de las cuatro culturas -cinco, si incluimos a la gitana-, y de ser un auténtico pirado del bacalao, el prasadam o la jarera. Y, por cierto, no me siento acomplejado de ser cristiano y español. Más que nada, porque jamás pediré disculpas, simplemente, por ser lo que soy.