Todo pasa. Lo decía uno de los poetas más dolorosos que ha pisado España. Tras un periodo determinado, se cristaliza el agotamiento, y el declive conduce al fin de cualquier proceso, de cualquier faceta, de cualquier vida.

 

Nada se libra de este recorrido que, al final, siempre se torna vertiginoso. Cualquier actividad humana, y la política lo es aunque no se considere entre las más dignas, se somete a este principio inexorable. Algunos sistemas políticos, como el americano, han decidido acotarlo, desde el cenit incierto y triunfal, hasta el orto inexorable y cierto, en un plazo de ocho años. Con lo que ningún presidente norteamericano, puede ocupar el cargo (sea miel o hiel) más allá de ese periodo.

En España, el proceso es mucho más duro. La política ávida te eleva hasta la médula del vértigo, y acaba despeñándote, desde tu campanario particular, como a la pobre cabra de ese pueblo de ancestral barbarie. Caen los más brillantes, los más aclamados, los más “imprescindibles”Nos comemos al lider en otro ancestral ritual. Y caen, uno a uno, tras un periodo de agotamiento gris, de desgaste oxidado.

Pero, ¿Cuándo comienza la fabricación de ese declive? Es difícil precisar uno o algunos síntomas, porque se trata de un proceso múltiple, que requiere mucha atención si se quiere vaticinar. El votante, en tiempos enamorado incondicional, comienza a murmurar y a denunciar. En la calle, en los corrillos, en la camioneta, en la barra de los bares, en los chistes. No es una crítica puntual a un hecho puntual. No; es un “esto se acaba” elíptico, entrelineas, sentimental.

Supongamos que un político hace tres falsos presupuestos seguidos, que ni representan la realidad de la sociedad que administra, ni responde a las necesidades de esa sociedad en esos tres años. Supongamos que la finalidad de esos presupuestos solo atiende al maquillaje interno de la propia administración, hasta convertirla en una especie de empresa, divorciada de la realidad social y económica, enemiga de los contribuyentes, y amnésica.

Supongamos que, para esos fines internos (falta de liquidez; déficit encubiertos) se sube impuestos, tasas y precios públicos. Todo ello fuera del contexto presupuestario o ajeno a una reforma fiscal bien fundamentada.

Supongamos que existe la posibilidad de hacer frente a las dolencias de ese desgraciado pueblo y se inventa un artilugio mágico; El REF (bendito sea su nombre). Y resulta que lo inventan tan endiabladamente mágico que ya nadie se atreve a pronunciarlo. Convertido en el verdadero, en el único, en el sublime nombre de la solución, solo pueden atenderlo los sumos sacerdotes. Y se reúnen en derredor, y cantan celestiales gori-goris. Pero, a la vista de los resultados, no son suficientemente buenos los sacerdotes, los gori-goris, o ambos. Y el pobre REF (que el dios de la economía neoliberal proteja) se pega en un cajón nueve o diez años, amordazado, enmudecido, enmohecido, descuartizado, mientras la realidad de la sociedad en cuestión, se ve recorrida por accidentes como el paro, la crisis empresarial severa, la deslocalización del consumo, la demora en el pago a los proveedores, el manejo de unos Fondos Europeos improductivos, repetitivos y no prioritarios, la competencia en temas de salario a la empresa privada (que es la que debe crear empleo); la reinvención sudorosa de un dios menor, el Turismo que, en Ceuta, por más dinero que se le echó ; por más que se le eche, y por más denominación de filón que se le endose, es terreno yermo. A lo sumo una invitación a mariscos, entre amigos, en Fitur, en el muelle deportivo o en una foto con menos credibilidad que las cifras del desempleo.

Supongamos, otrosí, que los elegidos, a lomos de diecinueve escaños blancos. Infantilmente convencidos de que somos algo lelos, nos explican que 45.850.000 españoles están equivocados. Que la verdad, la única, como siempre, es que los políticos de Ceuta y Melilla están en posesión de la Verdad. Y por eso, y por ninguna otra razón, la diga quien la diga, no somos Comunidad Autónoma. Lo dice un chaval con unas ganas locas de ser concejal en las próximas elecciones. Un chaval que dirá lo que le digan y cuando se lo digan, porque él quiere ser concejal. Y solo por eso, travestido de coñólogo, el chaval minisecretario general de un querido partido, dice no sé qué tonterías del cordón umbilical de Ceuta; que las diecisiete Comunidades Autónomas de España están más que equivocadas; que cuarenta y nueve provincias españolas de las cincuenta y una, son unas pánfilas. Si no sabe lo que dice, que lo deje. Si lo sabe, está insultando a la inteligencia de todos los ceutíes.

Lo malo, de todo esto, es que Juan Vivas, será por acompañarlo, se viste de comadrona de la parida y, una vez mas, por medio de su inefable Consejero de Hacienda, se dedica a hacer el gallego; “si pero no, no pero si” . Y eso si que no es aceptable. Don Juan Vivas, en una conversación conmigo dijo que el PP estaba dispuesto a apoyar la conversión de Ceuta en Comunidad Autónoma por la vía de la Disposición Transitoria Quinta de la Constitución Española.

Para ser político de verdad, y hacer política de verdad, hace falta respetarse a sí mismo y respetar a los demás. Con eso y trece votos, Ceuta arrancará alguna máscara y reivindicará ser IGUAL a los demás españoles. Don Juan Vivas podría contar con VEINTITRES votos para pedir lo que nos corresponde. ¿De qué tiene miedo?

¿Acaso no cree que ser Comunidad Autónoma sea bueno para Ceuta? ¿O será que cree más importante respaldar al PSOE que a Ceuta? ¿O considera que Ceuta puede esperar?.

No se los demás ceutíes, pero yo agradecería una respuesta.

Con lo dicho, y con unas cifras de paro mucho más abultadas que las que encontró a su llegada, y unas deudas también superiores a las recibidas, y el chiste del viagra, y el confundir la mayoría absoluta con el absolutismo sancionando o llamando revolución a la coalición de dos partidos soberanos, y querer celebrar lo de 1415 que fue un triunfo de la cristiandad. Debo decir que la era Vivas tiene suficientes síntomas como para desprender un tufillo a decadencia.