Julio Basurco

Caballas ha anunciado que acudirá en solitario a los comicios de 2019, no sin lamentar la nula disposición de PSOE y MDyC de cara a formar un “frente amplio” capaz de desbancar a un Partido Popular en claro retroceso. La formación localista acierta con respecto a las prioridades de sus dos compañeros de Asamblea: nada invita a pensar que tras el rechazo de ambos grupos se oculte, lejos del mero interés partidista, algún motivo nacido de un proceso de reflexión dirigido a hallar lo mejor para el bienestar general; no obstante, se equivoca al considerar (si de verdad lo considera) que una hipotética confluencia lograría más diputados de los que se han conseguido por separado.

Si los 11.238 votos que hoy suman Caballas, PSOE y MDyC hubieran ido agrupados bajo unas mismas siglas, la traducción electoral seguiría siendo de once escaños, los mismos que hoy ocupan entre las tres agrupaciones. Por otra parte, cabe recordar aquello de que “en política, dos más dos no son cuatro”, una sentencia que adquiere todavía mayor significado en unas elecciones de circunscripción única —el caso de las municipales— en las que, como se acaba de señalar, ir por separado no tiene por qué pasar factura. Al contrario, una vez se tiene asegurada la superación de “la barrera de los 1.500” (más o menos los votos necesarios para lograr escaño) y cerrado un acuerdo de colaboración post-electoral, “dividir las fuerzas” para “cubrir diferentes frentes” puede ser una estrategia acertada. Por desgracia, es cierto que tampoco ante la idea de una oposición parlamentaria unida han mostrado Fátima Hamed y los socialistas voluntad alguna durante esta legislatura.

Diferente con respecto a la idoneidad de algún tipo de unión fue siempre, en cambio, el caso de Podemos. Los “manuales” de comunicación política aluden, casi sin excepción, a la importancia que tiene el uso del “lenguaje de victoria”: todos los portavoces de todos los partidos que concurren a las urnas afirman, cada vez que se les acerca un micrófono, que van a ganar. En 2015, a unos días de las Elecciones Generales, en un programa de televisión nos pidieron a los representantes de las cuatro fuerzas principales un vaticinio sobre los tres sillones que en Ceuta se disputaban. Fui el único que no “barrió para casa”, asumiendo lo que todo el mundo sabía: que era evidente que en nuestra ciudad ganaría el Partido Popular. Tal vez, desde el punto de vista del marketing, fuera un error. Pero siempre me ha dado vergüenza quedar como un mentiroso. O peor, como un chiflado. Sin contacto con la realidad, no hay ambición, sino delirio.

En base al mismo respeto por lo verdadero y en virtud del principio de responsabilidad, es imprescindible que las fuerzas progresistas se hagan cargo de las claves que mueven el voto ceutí, de las diferentes fronteras o “clivajes” que dividen y definen el escenario político local. En una coyuntura histórica en la que existe una posibilidad (que no probabilidad) real de que la dupla PP-Ciudadanos, que actualmente abarca catorce escaños, pueda quedarse en doce, perdiendo así la mayoría absoluta, la consciencia plena de aquello a lo que uno es capaz de aspirar se vuelve un valor político fundamental. Partiendo de tal premisa, resulta obvio que en un contexto como el de Ceuta, la batalla a librar por Podemos es (y siempre fue, basta con echar un ojo a los resultados en Melilla como referencia más fiable) la batalla por entrar en la Asamblea, es decir, por superar la citada “barrera de los 1.500”. Asumiendo, pues, que no se tiene el escaño asegurado (y al margen de consideraciones de otra índole), la opción de la unión electoral siempre adquirió (para algunos) todo el sentido. Mil doscientos votos en solitario son mil doscientos votos en la basura; mil doscientos votos sumados a otros miles significan un escaño. Y un escaño más puede ser decisivo para que la balanza caiga de un lado u otro.

Es importante que Podemos huya del papel que tantos años llevan jugando quienes aquí arrastran el buen nombre de IU, basado en la nula capacidad de aportación al juego político, más allá del agradecimiento velado de un PP encantado con la existencia de grupúsculos marginales y carentes de proyecto que cada cuatro años consiguen esterilizar el peso de unos pocos cientos de ciudadanos. Por supuesto, de cara a transitar el sentido contrario y tejer una alianza seria y capaz de seducir a sectores huérfanos de representación, han existido y existen complicaciones de peso en diferentes planos. La situación judicial de Mohamed Ali sigue siendo algo difícil de asumir (y de explicar) en el seno de un colectivo como Podemos y la posibilidad de perder votos de un lado y de otro si no se hacen las cosas bien es una realidad, amén de lo arduo que sería, en el caso de arrebatar la mayoría al PP y su escudero naranja, llegar a acuerdos programáticos con aquellos que han llevado a cabo (PSOE) o justificado de manera vergonzante (MDyC) actuaciones execrables como las últimas devoluciones de inmigrantes, entre otras cosas. Efectivamente, ampliar espacios nunca fue algo sencillo; pero sí lo único verdaderamente realista y ambicioso.