Para poder hablar de ciertos temas con un poco de legitimidad hace falta tener credibilidad, algo de lo que carecen tanto los miembros del actual Gobierno como sus predecesores. Hace unos días, en una tertulia televisiva sobre un desahucio, el ex ministro de Fomento, José Blanco, hacía la siguiente valoración: “yo es que conozco muchos casos de gente que ganaba 900 euros y asumían hipotecas de 850 euros, por lo que también hay que saber dónde está la responsabilidad de cada uno”.

Resumir de esta forma tan simplista e insultante el drama de los desahucios refleja poca sensibilidad y falta de profundidad analítica, pero si te llamas José Blanco y sueltas tamaña afirmación sin rubor alguno ante millones de espectadores, lo que ya estás mostrando es una cara más dura que el mármol. Fue su Gobierno el que no pinchó la burbuja inmobiliaria cuando pudo hacerlo, el que negó la crisis a los ciudadanos, el que ha gobernado siempre a favor de los más pudientes, el que reformó la Constitución para anteponer los intereses de los acreedores a los del pueblo y el que, en definitiva, inició la deriva de las políticas de austeridad, paro y empobrecimiento que posteriormente ha agudizado el Partido Popular de manera brutal. No se puede banalizar sobre las desgracias ajenas convirtiendo tan burdamente la anécdota en el todo, se debe ir a la raíz del problema.

En el caso del desahucio al que hacía referencia Blanco, un desahucio por falta de pago de alquiler y no de hipoteca, el debate no es, como muchos podrían afirmar, si prima más el derecho del inquilino a no quedarse en la calle o el derecho del casero a cobrar su dinero. El debate real debe centrarse en la siguiente pregunta: ¿por qué hay gente que no puede pagar un alquiler? La respuesta es clara: porque se roba a los pobres para dárselo a los ricos. ¿Cómo? A través de recortes sociales destinados a pagar la deuda de los bancos, de las grandes empresas y de las familias más ricas. Los datos demuestran que las familias más pobres son las que menos deuda contrajeron durante los años de la supuesta bonanza económica, deuda en muchos casos inevitable debido a la pérdida de nivel adquisitivo consecuencia de la subida de precios. Si una familia pobre -y no pobre- quería acceder a un derecho como es el derecho a la vivienda no le quedaba más remedio que endeudarse. El sistema estaba montado para que así fuera, para que la banca pudiera hacer negocio con las viviendas. Una vez que todo estalló los bancos fueron rescatados, mientras que las pequeñas y medianas empresas empezaron a quebrar y comenzaron los despidos y los recortes. Ahora la gente no tiene trabajo y no puede pagar sus deudas, ya sea un alquiler o una hipoteca, por no hablar de la ola de privatizaciones que se nos viene encima. Tenemos que pagar hasta por mear, como en Atocha. Mientras tanto, Rodrigo Rato, uno de los culpables del desastre de Bankia, es fichado por Emilio Botín, las grandes multinacionales siguen obteniendo beneficios y los ricos son cada vez más ricos. De ésto es de lo que hay que hablar cada vez que alguien es desahuciado, cada vez que alguien es despedido o cada vez que el Gobierno anuncia un nuevo recorte social. Son los pobres, los que menos se endeudaron, los que más sufren las políticas actuales, pues son los que más necesitan de servicios públicos de calidad, los que más malabares tienen que hacer cuando se les rebaja un euro de su sueldo y los que son mayoritariamente puestos de patitas en la calle.

Mientras no se realice una auditoría de la deuda para concretar que parte debe ser asumida y cuál rechazada por ilegítima los dramas continuarán. Seguirán recortando, lo que producirá más pobreza, más marginalidad y más imposibilidad de hacer frente a los pagos. Y cuando un muerto de hambre robe una barra de pan, en la tele debatirán si prima más su derecho a comer o el derecho del panadero a que no le roben, en lugar de hablar de los verdaderos motivos que producen que la gente no tenga para comer.