Incluso quienes no hemos vivido esa época, tenemos también en nuestra memoria sentimental —gracias a las lecturas, las series de televisión o las películas— la imagen de los curas y profesores franquistas, de una “pedagogía” del autoritarismo que aplastó aquel sueño de maestros y maestras de la II República empeñados en la creación de una ciudadanía libre y crítica. En este país, perdura el triste recuerdo de una Enseñanza moderna, racional y abierta asesinada por la lógica de “la letra con sangre entra”.

Por desgracia, en pleno siglo XXI, hay demasiada gente que sigue pensando que “la mano dura” es la solución para todo. Estos “hijos intelectuales” de la dictadura han vivido siempre, de manera mayoritaria, entre las filas del Partido Popular. Hoy, Ciudadanos les adelanta por la derecha de manera rapidísima utilizando la indignación creada por el problema catalán como “río revuelto” idóneo para su “ganancia de pescadores”. Ya en su día hicieron lo propio con otro tema, la inseguridad ciudadana, cuando en un período corto de tiempo se dieron diferentes incidentes que involucraban a Menores Extranjeros No Acompañados. Fue el momento perfecto para señalar al que tal vez sea el colectivo más vulnerable y con mayor necesidad de protección de la ciudad, el de los MENA, como principal culpable de los males locales. Ciudadanos participó entonces de manera activa en la exaltación de los peores instintos para lograr la criminalización de un grupo de niños. Niños, por supuesto, procedentes de los sectores más castigados.

En estos días, nos hemos encontrado con dos iniciativas de este grupo basadas en el mismo razonamiento primitivo: el palo (contra los de abajo, nunca contra el poder) como respuesta a cualquier conflicto, a cualquier situación difícil que exija de soluciones políticas elaboradas y bien pensadas. Irracionalidad y estómago frente a cabeza y reflexión. Esa es, siempre, la receta naranja.

Los de Albert Rivera en Ceuta pretenden que sea obligatorio saber leer y escribir para optar a cualquier trabajo de los ofertados por el Plan de Empleo, lo que supone, de facto, excluir de su derecho al trabajo a una parte importante de nuestra ciudad. Por supuesto, como no podía ser de otra manera, la práctica totalidad de la gente que se quedaría fuera de optar al Plan de Empleo en caso de que tal iniciativa fuese aprobada proviene de lo más humilde de las clases populares: son pobres. Pobres que no cuentan con el castellano como lengua vehicular y que en su juventud (hablamos también de personas mayores) no pudieron estudiar y que, desde entonces, han tenido que buscarse la vida como han podido. Lo que hace Ciudadanos al proponer tal medida discriminatoria y clasista no es fomentar, en absoluto, la alfabetización. Para cualquier trabajo (sea del Plan de Empleo o no) que exija de algún tipo de formación concreta ya existe el requisito de titulación que acredite que la persona seleccionada está capacitada para el desarrollo de sus funciones. Poner el foco en la falta de cualificación de quienes quieren trabajar supone dar a entender que la culpa del desempleo es de los propios desempleados. De los de abajo y no de los de arriba. De los pobres, presentados por Ciudadanos como vagos y parásitos que no merecen beneficiarse de medidas paliativas y temporales como el Plan de Empleo. Así, el desempleo ya no es un problema social que requiere de soluciones estructurales, sino una cuestión meramente personal y privada que el individuo debe solucionar por sí solo. El desempleado no es víctima de un sistema económico incapaz de proporcionar trabajo y dignidad a todos sus ciudadanos; es un perdedor (“loser”) que no ha sido capaz de prosperar y que se merece estar donde está.

Apenas 48 horas después de presentar este disparate, nos deleitaron con otra joya propia del peor populismo de extrema derecha: que los protagonistas de la okupación de viviendas de Huerta Téllez no puedan optar jamás a una Vivienda de Protección Oficial. Por supuesto, la carta jugada por Ciudadanos y quienes apoyan esta barbaridad salida de las tripas y no del pensamiento será la siguiente: “Quien no apoye esto, está a favor de quienes se saltaron la ley”. Es importante aclarar algo a los portadores de tan elaborado planteamiento: se puede estar en contra de lo que se hizo, a favor de la legalidad y, a la vez, en contra de condenar a ciudadanos y familias de por vida. El rechazo a lo ocurrido no debe ni puede traducirse en medidas de tal desproporción, del mismo modo que estar en contra del asesinato no tiene por qué convertirnos en defensores automáticos de la pena de muerte o la tortura. No muestra más rechazo al delito quien propone el castigo más brutal; tan sólo revela su extremismo y su incapacidad para entender los problemas políticos en toda su complejidad.

Porque entre las personas que okuparon las viviendas de Huerta Téllez es muy probable que haya de todo. Seguramente hay quienes, simplemente, vieron una oportunidad de la que aprovecharse, dándoles exactamente igual la necesidad y los derechos de los legítimos propietarios; pero también es probable que haya familias necesitadas que, al margen de haber actuado de manera errónea, no merecen una respuesta en forma de eterna condena y exclusión. De hecho, lejos de solucionar nada, resulta obvio que el problema se agravaría todavía más.

Ciudadanos ignora todo esto y sólo pretende sacar rédito político de un populismo punitivo aplaudido por quienes, lejos de analizar el dibujo completo, exigen mano dura y tolerancia cero contra cualquiera que cometa una infracción o no forme parte de su “canon” de “ciudadanía legítima”, metiendo en tan amplio saco a un niño extranjero no acompañado, una trabajadora desempleada que no sabe escribir, un inmigrante que salta una valla o cualquiera que se mete en una casa (no diferenciando entre un golfo y una madre con cuatro hijos, por ejemplo). Curiosamente, ningún sector señalado por Ciudadanos forma nunca parte el poder económico. Su proyecto de sociedad no pasa por combatir la pobreza; sino por combatir a los pobres.