En las últimas semanas, ciertos sectores se han empeñado en trasladar a la opinión pública la siguiente conclusión: por culpa de unos políticos que no han sabido hacer su trabajo, los ciudadanos nos vemos obligados a tener que votar de nuevo. Debo decir que esta forma de entender lo ocurrido me parece del todo desacertada, básicamente porque se apoya en un razonamiento que no comparto, ese que defiende que los políticos son algo al margen de la ciudadanía, un ente que exime de responsabilidad al resto de los mortales. Pues no.

La gente votó y esos votos han hecho muy difícil que tantas voluntades diferentes, reflejo de la voluntad ciudadana (independientemente de las injusticias del modelo electoral), llegaran a un punto común. Ante tal situación, nada más responsable, nada más democrático que devolver la voz al conjunto de los españoles y las españolas, quienes en esta ocasión disponen de más elementos para decidir su opción electoral.

El 20-D nos trajo un escenario de “empate catastrófico”. Los representantes del cambio no dispusieron de la suficiente fuerza para implementar sus medidas; los representantes de la restauración tampoco tuvieron la suficiente fuerza para bloquear e imposibilitar las aspiraciones de sus adversarios. En otros momentos históricos de similar trascendencia y complejidad, la ciudadanía de nuestro país no tuvo la opción de pronunciarse. Ahora, sí y ello es un rasgo de madurez democrática.

¿Qué se nos presenta de cara al 26-J? Básicamente dos opciones: un gobierno en el que esté Unidos Podemos o un gobierno en el que esté el PP. La responsabilidad de arbitrar le recae al PSOE. Que los socialistas estén centrando su campaña en la crítica a Podemos no sólo es un error estratégico. Además, causa tristeza en una enorme parte del electorado progresista.

Pedro Sánchez, en su participación en La Sexta Noche el pasado sábado, se quejó de que Pablo Iglesias, tras negarle su apoyo en la investidura fallida, pretendiera ahora contar con su apoyo en el caso de superarle en votos. Pedro Sánchez mintió, pues Pablo Iglesias no se negó a apoyar al PSOE. Pablo Iglesias (tras consultar a las bases de Podemos, por cierto) se negó a apoyar al PSOE a cambio de nada, a darle un cheque en blanco, que es lo que Unidos Podemos no piensa pedir al PSOE. Pablo Iglesias ya ha dicho por activa y por pasiva que le tenderá la mano a los socialistas, pero no para su apoyo en una investidura, sino para pedirles su participación en un gobierno mixto de progreso. Pablo Iglesias ofrecerá a Pedro Sánchez aquello que Pedro Sánchez se negó a darle a Pablo Iglesias, no al revés.

Aún hay tiempo. El PSOE tiene estas por delante dos semanas de campaña. Dos semanas para reflexionar y replantearse su estrategia, para alejarse del extremismo de Susana Díaz y la vieja guardia y comprender quiénes son sus adversarios y quiénes sus aliados. Es una necesidad histórica.