- Hay un discurso que a través de la grieta creada como consecuencia de la crisis de régimen que vivimos se está colando en los medios de comunicación.

Es el discurso de la izquierda real, la que hasta hace dos días era silenciada y condenada al ostracismo y la marginalidad. No es que los propietarios de las cadenas televisivas se hayan vuelto defensores de la causa obrera de la noche a la mañana, sino que la búsqueda del beneficio económico les exige explorar nuevos terrenos.

El PSOE está muerto, se ha destapado como defensor y adalid de un régimen de consensos que se desmorona y nadie demanda ya debates bipartidistas. La audiencia pide que los representantes del discurso que se propaga en los bares, las aulas, las oficinas, las colas del paro y hasta los botellones se enfrenten en pantalla a los defensores del status quo. Gente como Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Ada Colau, Diego Cañamero, Tania Sánchez o Juan Torres no existían.

Ahora se sientan a debatir en 'prime time' contra unos portavoces del poder que, mediante interrupciones, intentan evitar que la gente escuche ideas nuevas que pongan en duda unos privilegios que hasta hace nada eran considerados intocables, protegidos bajo el paraguas de supuestas verdades absolutas.

Margaret Thatcher dijo que “no había colectivos, sino individuos”. En esta frase se resume uno de los objetivos del proyecto neoliberal que, tras las enseñanzas de su amigo Pinochet en Chile, la “Dama de hierro” llevó a cabo junto a Ronald Reagan: la desmovilización de los de abajo. Negar la existencia de las clases sociales, de grupos con intereses similares e idénticos enemigos, beneficia y beneficiará a aquellos que tienen más poder económico.

No todos somos iguales, no todos remamos en el mismo barco, existen intereses encontrados. Sin grupos que mediante la unión creen fuerza, la única fuerza que queda es la fuerza del dinero. Sin un sindicato fuerte, un obrero no puede negociar nada con un empresario. O acepta sus condiciones o no trabaja, y si no trabaja no come. La desmovilización llevada a cabo por el neoliberalismo surtió efecto y sus consecuencias las podemos ver en el desmantelamiento del Estado de bienestar.

El ataque a la cultura del individualismo “thatcherista” es la esencia del mensaje de izquierdas que por fin comienza a verse en las tertulias, y es lo que muchos no pueden soportar. No quieren que algo tan marxiano, tan evidente pero tan supuestamente trasnochado como la lucha de clases cale en unas mayorías que puedan comenzar a articular nuevos procesos de empoderamiento popular que conlleven nuevas visiones de sociedad, con nuevas verdades absolutas y nuevos valores en contraposición a los actuales. Les aterra y se nota en cada debate.

Hablar de que la ley no es igual para pobres que para ricos o de cualquier tema que suponga un intento de concienciación, de enfrentamiento a la idea dominante del “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” y de visualización del verdadero enemigo viene automáticamente seguido por la furia desatada de insufribles conservadores como Hermann Tertsch, Paco Marhuenda, Isabel Durán, Cristina López Schlichting o Carlos Cuesta, que a gritos acuden a la chorrada del “argumento simplista”, cuando lo verdaderamente simplista, a la par que absurdo, es decir que se gobierna para todos, tanto para el que cobra 600 euros como para el multimillonario que desea bajar salarios mientras los beneficios de su empresa no dejan de subir. Los que hasta ahora habían diseñado la opinión general pretenden seguir acallando las voces discordantes que acuden a la raíz de los problemas.

Por supuesto que hay clases sociales y por supuesto que se gobierna a favor de los ricos. Los datos así lo demuestran. Vayamos a lo concreto. Según el catedrático de economía Vicenç Navarro, otra de esas voces eternamente silenciadas, mientras que la media de ingresos de los Estados de la UE-15 (grupo de países entre los que se encuentra España por similitud) es de un 44% del PIB, España sólo ingresa un 34%. Suecia, como referente del Estado de bienestar, ingresa un 52%. Nuestro gasto social es de un 22% mientras que la media de la UE-15 es de un 27,6% (Suecia llega al 29,5). En la UE-15, un 15% de los trabajadores son trabajadores públicos del Estado de bienestar, llegando al 25% en Suecia. En España, estamos en el 10%. Antes del Estado de bienestar en España, un 24% de los españoles vivían en la pobreza, reduciéndose en 4 puntos tras el desarrollo de las políticas públicas.

Pues bien, la reducción media en la UE-15 fue de 9 puntos, pasando de un 25% a un 16% y de 14 puntos en Suecia (de un 27% a un 13%), lo que deja claro que nuestro Estado de bienestar ha sido y es poco redistributivo. Ahora viene lo mejor. Un trabajador español paga de impuestos un 74% de lo que paga un sueco (menos, pero tampoco mucho menos), mientras que un rico español tan sólo paga el 20% de lo que paga un rico en Suecia. Esta serie de datos desmienten el discurso oficial. Es mentira que el Estado social español es insostenible y está hiperinflado, muy al contrario, está poco desarrollado. La realidad es que las prestaciones sociales de las mayorías se ven reducidas por culpa de la permanencia de privilegios de unas fuerzas económicas conservadoras que siempre han gobernado y gobiernan este país. Y ese es el discurso que los de siempre se esfuerzan en ocultar.