- En las películas estamos hartos de ver como, cuando se comete un crimen, lo primero que hacen los inspectores de policía es averiguar a quien beneficia.

Al analizar la política deberíamos actuar de la misma forma. Si bien a los manifestantes de ciertos países les conviene que ocurran altercados en sus movilizaciones para así poder mostrar al mundo una imagen aún más demonizada del Gobierno contra el que protestan, es indudable que en el caso español ocurre la contrario. Aquí, es a este Gobierno respaldado por la Troika y el resto de poderes fácticos al que le conviene que eso ocurra.

En Youtube, se puede ver un vídeo muy interesante titulado “Los antidisturbios hacen política-Conferencia de Pablo Iglesias” en el que este politólogo tan de moda últimamente debido a los ataques de la extrema derecha nos describe al detalle algo que él estudió de cerca mientras investigaba para su tesis sobre acción colectiva postnacional: el procedimiento de actuación policial que acabó con la vida del manifestante Carlo Giuliani durante las protestas contra la cumbre del G-8 en Génova. En aquella actuación de 2001, los responsables políticos dieron unas órdenes claramente orientadas a poner en peligro a la policía. ¿Para qué? Para que los agentes sufrieran agresiones o se vieran obligados a actuar de forma brutal motivados por el pánico. Al final pasó lo que pasó: un agente asustado al encontrarse rodeado de manifestantes sacó su arma de fuego, disparó y Carlo Giuliani recibió un tiro mortal. ¿Consecuencias políticas? Los movimientos sociales fueron criminalizados y culpados de causar escenarios de muerte, la gente tuvo miedo de manifestarse y las autoridades tuvieron legitimidad moral para poner trabas a las manifestaciones. Ganaron los poderosos y perdieron los manifestantes.

En estos días nos hemos cansado de ver unas imágenes en las que un grupo de unos 20 policías recibían pedradas de un número mucho mayor de manifestantes. Yo me pregunto qué clase de orden recibieron esos policías para verse en esa situación. Yo me pregunto qué clase de incompetente da a unos antidisturbios la orden de cargar contra un grupo mucho mayor de manifestantes de entre los cuales, obviamente, muchos responderán. Yo me pregunto a quién convenía que una manifestación absolutamente pacífica y ejemplar de unos 2.000.000 de personas se viese enturbiada por este tipo de imágenes. La pregunta adquiere su respuesta cuando analizamos algunos hechos tales como que la Policía cargase una hora antes de la finalización del acto y media hora antes de los informativos de la noche. Blanco y en botella.

En toda manifestación multitudinaria ocurren incidentes. Cuando España ganó el Mundial también hubo disturbios y enfrentamientos con la policía, pero ningún periódico ocupó su portada con imágenes violentas, sino con la selección levantando la copa o con millones de personas abarrotando las plazas. ¿Por qué? Porque eso era lo realmente importante. ¿Ha habido intencionalidad política? Seamos tontos y pensemos que no. Tan sólo un dato que apuntaba Julio Anguita en su artículo de hace un par de días: si los que estábamos pidiendo dignidad hubiéramos sido violentos, los 1.700 policías movilizados nos hubieran durado unos minutos. Usen el coco y analicen la forma de proceder de los medios.

El diario “ABC”, por supuesto, ha condenado la manifestación del pasado sábado. En cambio, en la red social Twitter muestra a una pareja de manifestantes venezolanos besándose. Él lleva la cabeza cubierta con su camiseta; ella, una piedra en la mano. ¿Apreciación del ABC? “Un beso y una piedra, la foto símbolo de la protesta en Caracas”. A la par que condenan a los manifestantes de aquí, manifestantes que protestan contra unos recortes sociales que causan muertes y miseria, aplauden a los que tiran piedras en Venezuela. Al final todo depende de los intereses de cada uno. En Venezuela, las protestas son auspiciadas por las clases pudientes; en España, por los de abajo. Es normal que el ABC y el común de una prensa al servicio de sus accionistas multimillonarios vean a héroes de la libertad allá y a ultraizquierdistas violentos acá. Lo grave es que también piensan así muchas personas de a pie, aunque poco a poco la cosa va cambiando y la manipulación mediática surte menos efecto. Jorge Moruno lo describe a la perfección: “La línea que separa al 'salvaje descerebrado' que 'se infiltra en las manifestaciones para hacer guerrilla urbana' del 'héroe demócrata que lucha a favor de una vida digna' es muy fina y no depende de una batalla privada entre policía y manifestantes, depende de la intensificación del conflicto político. Cuanto más se apliquen políticas que humillan y empobrecen a la gente, serán menos 'salvajes' y más 'héroes'. Esto no significa ni 'apoyar' ni 'condenar' la violencia, hay que verlo como un hecho matemático que no depende de lo que te parece subjetivamente. La mejor medida contra los disturbios es dejar de destrozarle la vida a la gente”.

Las Marchas de la Dignidad que confluyeron en Madrid el 22 de marzo han constituido la mayor movilización de la historia de la democracia, únicamente comparable a las de la Guerra de Irak, pero con una diferencia sustancial: las manifestaciones contra la Guerra de Irak contaron con el respaldo del principal partido de la oposición y el apoyo y la publicidad de gran parte de los medios de comunicación del régimen. Las Marchas de la Dignidad fueron solas, contra viento y marea, haciendo trabajo de hormiguita. El miedo está cambiando de bando y algunos ya se ven picando piedra en Siberia.

PD: lo de Siberia es un chiste, una chascarrillo, una coña, una broma, una gracieta. Por si acaso.