- Mucho se ha hablado estos días acerca del patriotismo. A la polémica que siempre acompaña al 12 de octubre se han unido, esta vez, las mangas recortadas de un futbolista catalán y los deseos de muerte a un niño que sueña con ser torero por parte de una mal nacida.

Todo un batiburrillo que ha hecho las delicias de quienes se pasan la vida, costumbre maldita en esta tierra, acusando de antiespañol a todo aquel que no comulgue con los besos a las banderas o el pasodoble y la plaza.

Lo cierto es que en nuestro estado son muchos los que parecen no entender que otros tantos, pudiendo ser tan españoles como ellos, no se identifiquen con sus mismos símbolos. No entienden ni desean entender que un símbolo representa algo y que ese algo puede no significar lo mismo para todo el mundo. Esta realidad no debería producir acusaciones ni bilis, sino interés por averiguar las causas. En lugar de eso, de interesarse y tratar de comprender por qué ocurre lo que ocurre, los españoles buscadores de antiespañoles prefieren insultar y, como mucho, acudir a la comparación con otros países, supuestos ejemplos de patriotismo verdadero frente a la decadencia del rojerío y el separatismo que tanto corroe la armonía española. Ya se sabe: quién busca explicaciones en la Historia o la Teoría Política sólo abre heridas. Pensar es molesto. Embestir, más cómodo y patriótico.

¿Por qué en España hay gente que siente rechazo hacia los colores de la bandera, el himno nacional, el desfile del 12 de octubre y otras manifestaciones supuestamente inclusivas y despolitizadas y, sin embargo, en otros países no ocurre tal cosa? Esto tiene que ver con el tipo de nacionalismo de cada lugar. En la vecina Francia, el sentimiento de “lo francés” se forma apelando a la Libertad, Igualdad y Fraternidad de la Revolución Francesa. Sus símbolos (su bandera, la Marsellesa, etc.) representan el concepto ilustrado de ciudadanía, el fin del Antiguo Régimen. El nacionalismo francés es un nacionalismo construido en torno a los principios y valores de la democracia moderna.

Otro ejemplo que se suele citar es el de Estados Unidos, país de inmigrantes formado por ciudadanos provenientes de todo el mundo. A priori, parecería mucho más difícil conformar un sentimiento nacional en tales circunstancias. Lo que ocurre es que en EEUU nos encontramos con un nacionalismo que no se apoya en lazos históricos o culturales propiamente dichos, sino en los principios liberales y democráticos derivados de su Declaración de Independencia y su Constitución.

En España, la Guerra Civil y el posterior régimen, guste o no, condicionaron el significado de los símbolos, algo que la Transición no supo o no quiso solucionar. Quien gana una guerra, impone su simbología. La extiende al resto. La “despolitiza”. Sí, los estadounidenses también tuvieron una guerra civil, pero allí fueron los perdedores quienes defendían principios antidemocráticos indefendibles hoy día, siendo absolutamente minoritarios los colectivos racistas del sur que aún lucen la bandera confederada. Aquí, fueron los antidemócratas quienes vencieron y construyeron un relato de nación unido a unos símbolos nacionales que, con un cierto barniz, continúan siendo los actuales. El mismo hecho de que el bando franquista se apropiara del término “nacional” durante la guerra da muestra del carácter excluyente que tal término ha tenido y tiene en España.

Si la rojigualda no es una bandera que exalta ciertas ideas políticas y no otras, si no es una bandera de principios derivados de la tradición reaccionaria, ¿por qué vemos banderas de España en una manifestación contra los derechos de los homosexuales? ¿Por qué las vemos en las manifestaciones contra la interrupción voluntaria del embarazo? ¿Por qué hay banderas rojigualdas en Génova cuando el PP gana unas elecciones? Pues porque, efectivamente, es un símbolo con connotaciones políticas e ideológicas. Porque el nacionalismo español, a diferencia de otros, no se inspira en los principios ilustrados ni democráticos, sino que procede de un nacionalcatolicismo asociado a la intolerancia y la aniquilación de nuestra diversidad plurinacional. Porque aquí, lo denominado “nacional” siempre ha sido una excusa para reprimir y someter a nuestros propios ciudadanos. Quien acude a una concentración de la derecha con la bandera rojigualda es consciente de que esa bandera tiene elementos asociados a su forma de pensar, del mismo modo que quien porta la tricolor sabe que está apelando al antifascismo y la tradición emancipadora.

Los símbolos acuden a los sentimientos y es absurdo señalar a alguien por sentir lo que siente o por no sentir lo que otros sienten. La memoria y el imaginario no se pueden borrar por decreto. Querer a un país no es acudir a un desfile ni emocionarse con un himno. Son quienes más hablan de España los que después hospedan a nuestra tropa en habitáculos insalubres con camas piojosas y sábanas sucias, dándole la razón a Samuel Johnson, aquel que dijo que “El patriotismo es el último refugio de los canallas”.