La izquierda siempre se ha empeñado en regalarle las mejores armas al enemigo. Es como una maldición. Ocurrió cuando el marxismo compró la tesis liberal de que la democracia sólo era posible con el capitalismo. Entonces, si se quería terminar con lo segundo, había que acabar también con lo primero. Así, en lugar de elaborar una teoría política que explicara que el parlamentarismo, la separación de poderes, la libertad de prensa y todas las instituciones republicanas se volvían una mentira bajo condiciones capitalistas, muchos marxistas asumieron que toda la obra de la Ilustración no era más que una idea “burguesa”, iniciando así la búsqueda de algo mejor que la ciudadanía, de algo mejor que la idea de democracia. Se tiraba al niño con la ropa sucia. Y se le regalaba al capitalismo la defensa del estado de derecho.

Otro error histórico ha sido la relación con la religión, la incapacidad para entender lo que implica vivir en un mundo atravesado por multitud de creencias organizadas en montones de confesiones y sectas. Todo lo que suponga algún tipo de acercamiento, alianza, concesión o pacto con cualquier sector religioso ha levantado y levanta ampollas en el seno de los partidos y colectivos de izquierda. Aquí, yo mismo entono el mea culpa. El combate contra los dogmas se libra, a veces, con un dogmatismo y una religiosidad muy poco laica y nada flexible. Ejemplo claro es el recurso, cual cerrojo para la discusión, a la famosa expresión, mal interpretada por otra parte, de Marx: “La religión es el opio del pueblo”. O el revuelo que causó la historia de Kichi, alcalde anticapitalista de Cádiz, y la famosa medalla.

no hablamos de un debate entre defensores del laicismo contra defensores de la injerencia de la religión en lo público, sino de si encontramos justo que los niños musulmanes tengan las mismas opciones que los católicos, aunque ello conlleve que elijan la opción que no nos gusta.

Que los niños y las niñas musulmanas de Ceuta puedan tener la posibilidad de recibir clases de religión islámica en Secundaria, posibilidad que sí tiene el colectivo católico, ha dado pie a multitud de manifestaciones en redes sociales de personas que se declaran progresistas, laicistas y de izquierdas y que, sin embargo, muestran discrepancias sobre la cuestión. También en el seno de la formación en la que milito, Podemos, existe un debate encendido y apasionado donde llegar a acuerdos resulta una tarea difícil al tratarse de un debate que, en apariencia, podría alterar la defensa de un principio que debe ser inquebrantable: la separación entre Iglesia(s) y Estado. Digo en apariencia porque mi postura es que se trata de un falso dilema.

Se puede estar en contra de la existencia de empresas privadas, pero si sólo a los hombres se les permite tener empresas y alguien propone que las mujeres también puedan ser propietarias, oponerse no será, en ningún caso, oponerse a la existencia de empresas privadas, sino al derecho de las mujeres, pues el debate no es si empresas sí o empresas no, sino si mujeres propietarias sí o mujeres propietarias no.

En mi opinión, no hablamos de un debate entre defensores del laicismo contra defensores de la injerencia de la religión en lo público, sino de si encontramos justo que los niños musulmanes tengan las mismas opciones que los católicos, aunque ello conlleve que elijan la opción que no nos gusta. Podemos estar en contra de que en un colegio se venda bollería porque es algo nefasto para la dieta de los niños; pero si en un colegio se venden bollos, ¿sería justo que sólo el colectivo católico tuviera la opción de comprar? Contestar que No a esta pregunta no implica estar a favor de los bollos, sino a favor de la igualdad entre confesiones. Se puede estar en contra de la existencia de empresas privadas, pero si sólo a los hombres se les permite tener empresas y alguien propone que las mujeres también puedan ser propietarias, oponerse no será, en ningún caso, oponerse a la existencia de empresas privadas, sino al derecho de las mujeres, pues el debate no es si empresas sí o empresas no, sino si mujeres propietarias sí o mujeres propietarias no.

Esta es mi forma de entender el asunto. Tanto este debate como cualquiera que tenga que ver con la manera en la que gestionamos un mundo fundamentalmente religioso continuarán creando dilemas y contradicciones, tanto en Podemos como en el resto de colectivos defensores del laicismo. Para afrontarlos con honestidad y voluntad de llegar a conclusiones mediante la razón, debemos partir de una premisa clara: en política, casi ninguna medida es buena o mala con independencia del contexto en el que se pretende aplicar.