Tras la resaca del día de Reyes, me dispongo a hablar de otro rey. Éste, más que a un mago, se asemeja a un trilero y no es originario de Oriente, sino de la francesa Casa de Borbón. Sus septuagenarias posaderas pueden presumir de ser las más limpias de todo el reino, pues los medios de propaganda del Estado del que es Jefe por la gracia de Dios bien se han encargado de lamerlas con ahínco, tesón y la dedicación propia y esperada del súbdito ejemplar.

Su nombre es Juan Carlos, el campechano le llaman, y en su tiempo libre disfruta de actividades tales como la navegación, el esquí o el asesinato de elefantes, extraña afición ésta que tal vez adquiriese de su mentor y viejo amigo Paco, aquel pequeño militar al que tanto apasionaba la caza, ya fuera la de ciervos o la de españoles, y que un día decidió cederle el mando de un país arrebatado a aquellos que, en su soberanía y con toda legitimidad, decidieron expulsar a los Borbones, declarando España como un estado legalmente republicano. Pero Juan Carlos de Borbón, a diferencia de su abuelo Alfonso XIII y de todos sus ancestros, es un demócrata de toda la vida. Al menos, eso nos han vendido durante décadas los mismos que ensalzan una Transición llena de sombras y secretos, que dejó fuera a partidos republicanos, que se negó a juzgar a los franquistas (a Juan Carlos, por ejemplo) y les permitió cambiarse de chaqueta como si nada, que no permitió que fuera el pueblo quien elaborara la Constitución, ni que se decidiera sobre Monarquía o República, etc. Nos han dicho que aquello fue un ejemplo de consenso (aunque sólo tragasen aquellos que habían sido víctimas durante cuarenta años, los que habían estado exiliados y tenían a familiares enterrados en cunetas) y que aunque su puesto no esté sujeto a elección popular y se herede por sangre, el Rey es un héroe moderno y el más demócrata de los demócratas. Puede que a veces le salga la vena autoritaria y despótica, como cuando en una cumbre iberoamericana mandó callar a un presidente electo haciendo sonrojar a todos los demócratas del mundo, pero son pequeños fallos que algunos perdonan y que muchos hasta aplauden. Los españoles somos así, un pueblo que se guía por banderas y que, en lugar de ver a alguien a quien nadie ha dado legitimidad democrática faltar al respeto a un representante votado por su pueblo, vio a la chulería española imponerse ante la vulgaridad “sudaca”. Viva España, ¡coño!

Se dice que cuando llegó al trono Juan Carlos tenía “una mano delante y otra detrás” y que al parecer, hoy por hoy, este salvador de la patria al que los españoles debemos mantener y rendir constante pleitesía sin rechistar, posee una fortuna que asciende a unos 1.800 millones de euros, aunque es difícil saber la cifra exacta, ya que a diferencia de otros cargos públicos, el intocable e inviolable Borbón no está obligado a revelar su patrimonio. Privilegios de los elegidos de sangre azul. Mucho se ha hablado y se habla de cómo ha conseguido tantas riquezas, y es que si nos guiamos por algunas de sus compañías, el monarca podría aparecer salpicado de algún que otro asuntillo turbio. La verdad es que nuestro querido Jefe del Estado no ha tenido muy buena suerte con sus amistades. Desde su antiguo administrador privado Manuel Prado y Colón de Carvajal, pasando por Mario Conde, hasta llegar a su reciente foto con el convicto Díaz Ferrán, el político corrupto Jaume Matas y el empresario Arturo Fernández, imputado por el escándalo de Bankia, no son pocas las influencias que han podido intentar corromper su honradez, su integridad y su inquebrantable compromiso para con España. Hasta su yerno anda metido en líos de billetes. Por suerte, sabemos que aparte de inviolable e intocable, nuestro magnífico Rey ha sido, es y siempre será incorruptible y pensar lo contrario dentro de nuestras fronteras debería ser poco menos que traición a la Patria. Casi tan grave como quemar una foto de Su Majestad, oye.

Hace poco ha sido su cumple y nosotros, el pueblo llano, le hemos querido obsequiar con el cálido homenaje que tan extraordinaria figura histórica se merece. Tal vez nunca luchara por la democracia ni la libertad, tal vez estuviera cerca del sol que más calentaba en cada momento y tal vez él y su familia, como antes hicieran sus antepasados y las familias de éstos, hayan vivido siempre del trabajo ajeno y hayan constituido un obstáculo para el progreso y el avance social. Tal vez sí, tal vez mantener una Monarquía en pleno siglo XXI sea de lo más rancio y antidemocrático del mundo, pero ello no es motivo para que en su 75 aniversario, nuestro amado Juan Carlos I de España no disfrute del afecto y el cariño de la España casposa y cañí que tanto ama. Nuestra televisión pública se ha rendido a sus pies y le ha mandado a un Jesús Hermida con rodilleras bajo el traje a hacerle una edulcorada entrevista. Y nosotros lo agradecemos y lo disfrutamos, porque con la República esto no pasaría.