El asesinato del joven marroquí Ibrahim Arraoui el pasado viernes en nuestras calles vuelve a situar en el centro de la actualidad local dos temas ligados entre sí: la evidente sensación de inseguridad ciudadana y la criminalización de un colectivo, el de los MENA, al que, de manera cada vez menos velada, se señala como culpable absoluto de lo primero, lo que significaría dar por sentado que un par de centenares de chavales poseen la capacidad de tener en jaque a toda una ciudad de 85.000 habitantes, con sus policías y sus jueces.

Ante esta situación, se hacen más imprescindibles que nunca las voces que recomiendan mesura y cabeza entre tanto punto de vista sesgado e injusto. “Que los manden de una patada en el culo a Marruecos” pontifican quienes, desde una supuesta atalaya moral, se creen con el derecho de decirle a todo el mundo dónde y cómo debe vivir. Quieren fronteras abiertas o cerradas según su bienestar personal: abiertas para que vengan mujeres a limpiar sus casas sin contrato o currantes a trabajar, por dos duros y sin derechos de ningún tipo, en cualquier agujero; cerradas si en algún momento la apertura supone un coste propio en forma de Educación, techo o Sanidad.

Llamar la atención sobre esta hipocresía significa ser tachado, inmediatamente, de “blando” o, directamente, cómplice de la violencia y el vandalismo por aquellos que, ante la opción de pararse a pensar, suelen optar, de manera mayoritaria, por la de embestir. “¡Tendrían que atracarte a ti o a alguien de tu familia!” gritan entonces, confirmando la sospecha de que sus posicionamientos ante los temas sociales no obedecen a la coherencia con respecto a unos valores o principios universales, sino al perjuicio personal que en cada caso pudieran recibir. Llevando este planteamiento al extremo, llegaríamos a la conclusión de que no son los jueces quienes deben juzgar los delitos e imponer las condenas correspondientes, sino las propias víctimas o sus familiares. De locos. Como escribía un amigo: “Cuando creías que el ‘Mételos en tu casa’ era insuperable, traen el ‘Que se lo hagan a un familiar tuyo’ y te dan la lección de humildad de tu vida”.

Da algo de vergüenza ajena tener que aclarar que tratar de buscar solución a los problemas en lugar de limitarnos a expulsarlos lo más lejos posible en absoluto supone ser cómplice o partidario de los mismos, sino lo contrario. Ver el dibujo completo es fundamental para hallar el camino más justo.

La seguridad ciudadana que todos deseamos no puede conseguirse estigmatizando y expulsando a un grupo de niños. La justicia no puede surgir de una injusticia aún mayor. Lo más racional y productivo debe pasar por diferentes medidas complementarias y consistentes en, por un lado, dotar de más recursos a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad y, por el otro, esforzarnos como sociedad en crear las condiciones de inserción e inclusión más óptimas para todos los colectivos vulnerables, que son, por regla general, los más propensos a la delincuencia, amén de educar a la ciudadanía en la idea de que no debemos culpar a todo un grupo por la acción de los individuos. Claro que esto sólo sirve si de verdad buscamos reducir el número de delitos. Si nos da igual que haya chavales en situación de exclusión que caigan en la delincuencia y lo único que nos preocupa es que no nos molesten a nosotros, sí, mandarles de una patada en el culo a cualquier otro lugar es la mejor opción. Apenas importa que también sea la más despreciable.