- Incluso desde antes de la irrupción de Podemos, la concepción de que el miedo debía cambiar de bando se instauró como objetivo en el imaginario de los movimientos en defensa de los Derechos Sociales.

El miedo, durante mucho tiempo, había estado en el lado de las mayorías, de las personas normales: el miedo a enfermar y perder el trabajo, el miedo a no encontrar empleo, a no poder comprar material escolar a tu hija, a tener que tirar de la pensión cada vez más recortada del abuelo, a ser multado por protestar. Era hora de que fueran los privilegiados que habían obtenido pingües beneficios con la crisis quienes sintieran en sus carnes un poco de temor ante la posibilidad del fin de su chollo.

Para deslegitimar la pretensión que tal afirmación guardaba, algunos, de forma interesada y en clara burla hacia una ciudadanía que siempre se pretende ignorante, dijeron: “Nosotros no queremos que tenga miedo nadie”, una forma —otra más— de colgar la etiqueta de “belicistas” o “radicales” a quienes sí usaban el término para, a la vez, presentarse ellos como lo contrario, como la moderación contra el extremismo: “Ante los que hablan de miedo, yo hablo de felicidad para todos”.

Esta estupidez, con perdón, recuerda a las lecturas que algunos hacen de Maquiavelo, al significado que se ha extendido del concepto “maquiavélico” como equivalente de inmoral o perverso. Maquiavelo, como buen realista político, descubrió que a la hora de analizar los resortes del “artefacto” que es el poder, los principios morales, ideológicos o religiosos no sirven de mucho, pues el poder funciona con otra lógica, con una lógica y unas gramáticas propias. Maquiavelo no era inmoral; Maquiavelo estudiaba el funcionamiento de algo que funciona con unas reglas independientes a la moral, que es muy distinto.

Del mismo modo, hablar de que el miedo tiene que cambiar de bando es partir de la base de que el miedo, como factor político, siempre opera, nos guste o no. El miedo existe. El miedo a perder lo que se tiene es consustancial al ser humano y por ello debe ser estudiado como elemento inherente a cualquier cuestión política. Si fueron posibles los Estados de bienestar en la Europa Occidental fue gracias —entre otros muchos factores— a que el gran capital tuvo miedo de la influencia de la Unión Soviética. El capital tuvo que ceder y “permitir” derechos sociales, de ahí la broma de que los mayores beneficiados de los sistemas del Este fueron los trabajadores del bloque contrario. Quienes hablan de que “nadie” (ningún bando) debe tener miedo mienten a conciencia o ignoran cómo funciona esa correlación de fuerzas que es la política.

Hoy, en nuestro país, hemos logrado que el miedo cambie de bando. Y se nota. No hay más que ver las continuas campañas de intoxicación mediática, los mantras lanzados en sustitución del argumento racional, el odio visceral de quienes temen perder su posición de privilegio…y de aquellos a quienes, por desgracia, han logrado convencer con su bilis.

El principal objetivo de la hegemonía política es el de lograr hacer pasar tus intereses por los de la mayoría. El poder económico sabe que Podemos representa una amenaza para sus intereses. Ante ello, tiene que intentar por todos los medios que la mayoría vea como amenaza a SU amenaza, a Podemos. Que su enemigo, que el enemigo de quienes se han lucrado con la crisis, sea percibido también como enemigo por aquellos que han padecido la crisis. Que seamos otra vez los de siempre los que tengamos miedo. Es nuestro deber intentar que no lo logren. Que lo tengan ellos. Ya está bien de vivir con miedo.