Este es uno de los artículos que más me ha costado escribir. En un contexto de “cuñadismo” y criminalización constante del feminismo, llamar la atención sobre ciertos riesgos no deseables en la urgente lucha feminista puede convertirse en un ejercicio fácilmente malinterpretable, más aún cuando la observación procede de un hombre. Sin embargo, creo que la crítica constructiva, si va acompañada de argumentos, es siempre positiva. Por ello, aun a riesgo de que el machismo victimista y absurdo pueda ver en estas líneas algo a lo que agarrarse, me he decidido a expresar, desde el feminismo, una reflexión tal vez incómoda que, no obstante, espero pueda ser entendida y compartida por mis compañeras.

Tras las acusaciones de Dylan Farrow contra Woody Allen por abuso sexual, un colectivo feminista pidió la retirada de la estatua dedicada al cineasta en la ciudad de Oviedo, algo a lo que el gobierno ovetense se negó, argumentando que no haría nada basándose en especulaciones no demostradas ni secundadas por la sentencia de ningún juez. Ante tal postura, la representante del colectivo esgrimió que le parecía mal que se respetase la presunción de inocencia de Woody Allen y no la de Dylan Farrow, a quien se estaría etiquetando, automáticamente, de mentirosa. Debo decir que no sólo no comparto este último punto de vista, sino que me parece siniestro y muy peligroso.

La presunción de inocencia es un principio jurídico que sirve para proteger al acusado de un delito, no al denunciante. Al contrario de lo que ocurre en los estados totalitarios, en las democracias no es la inocencia lo que debe demostrarse, sino la culpabilidad. Por supuesto, existe el riesgo de que alguien culpable cuya culpabilidad no ha podido demostrarse quede libre de pena o sanción. Pero eso, lejos de ser algo negativo, es un signo positivo que revela que todos y todas disfrutamos de garantías que impiden la arbitrariedad del Estado. Siempre será preferible un culpable libre a un inocente condenado, pues si se permite la condena de alguien contra quien no existen pruebas de cargo todos y todas pasamos a convertirnos en culpables. Cuando se concede la presunción de inocencia a un acusado no sólo se le protege a él, sino al conjunto de la ciudadanía.

Defender que el respeto de la presunción de inocencia del acusado implica llamar mentiroso o mentirosa a quien acusa es una falacia. Que el director de “Annie Hall” sea inocente mientras un juez no dictamine lo contrario no significa, en absoluto, decir que la hija de Mia Farrow miente, del mismo modo que no se llama embustero al ciudadano al que se le pide que aporte alguna prueba tras llamar ladrón a su vecino.

Cuando la asociación que exige la retirada de la estatua razona de la manera en que lo hace, lo que está pidiendo, de facto, es la derogación de la presunción de inocencia: para evitar que alguien pueda llamar mentiroso o mentirosa a la persona que denuncia se debe dictaminar, basándonos únicamente en la mera acusación, que el acusado es culpable. Se pretende así anteponer el derecho del denunciante a no ser tildado socialmente de mentiroso antes que el derecho del acusado a no ser tildado socialmente de ladrón, corrupto, asesino de aquello de lo que se le acuse. Se impone la presunción de culpabilidad para proteger al denunciante en lugar de imponerse la presunción de inocencia que nos protege a todos, incluido el propio denunciante. Una absoluta barbaridad.

El hecho de que a nivel social pueda existir una criminalización de la mujer que denuncia un abuso no puede jamás llevarnos a pensar que tal situación se debe a la existencia de garantías que son absolutamente irrenunciables si queremos vivir en democracia. Que haya gente juzgando a Dylan Farrow por el hecho de ser mujer no es culpa de la existencia de figuras jurídicas como la presunción de inocencia, sino de un sentido común patriarcal y unas estructuras sociales e ideológicas dominadas por un machismo que debe ser combatido de muchas maneras, pero nunca obligando a nadie a elegir entre ser feminista y defender el Estado de Derecho. Lejos de avanzar en la lucha, cuando planteamos tal disyuntiva estamos dando alas y argumentos al machismo rancio de creadores de opinión como Pérez-Reverte o su amigo Javier Marías.
 

Julio Basurco