- El pasado domingo día 1 hicieron cincuenta y ocho años desde que una afroamericana se rebelase contra el racismo en el sur de Estados Unidos y encendiera la llama para el movimiento de derechos civiles que hoy todos asociamos a la figura del pastor bautista Martin Luther King.

Cuando Rosa Parks decidió desafiar a la autoridad segregacionista al sentarse en la parte delantera de aquel autobús de Montgomery, aún quedaban unos meses para que Fidel Castro, el Ché Guevara y demás revolucionarios llegaran a Cuba a bordo del Granma y comenzaran en la Sierra Maestra una guerrilla que desembocaría, el 1 de enero de 1959, en el triunfo de los rebeldes y en la instauración del primer gobierno marxista de América Latina.

Con este dato quiero decir que, por cuestiones puramente cronológicas, sus detractores no pudieron decirle a la señora Parks que se fuese a Cuba. Ni a Venezuela. En aquellos momentos, en plena Guerra Fría, la moda era mandar a la Unión Soviética. Sí, seguro. Sin ninguno género de dudas, apuesto a que muchísimos imbéciles le dijeron que se fuera a Moscú a beber vodka en las afueras del Kremlin. Está clarísimo.

Hoy que hemos conseguido que el racismo clásico (que no el latente) reciba el rechazo del común de los mortales, cualquier persona decente dirá que en aquellos momentos hubiera apoyado, sin dudarlo un segundo, la acción de Rosa Parks. Muchos mienten. Todos los que apoyan la Ley de seguridad ciudadana, los que denominan perroflautas a los que protestan, los que atacan a Sánchez Gordillo y Cañamero, los que acuden a las checas y los gulags en cada debate, los que apoyan las políticas de recortes, los que se refugian en los procedimientos puramente legales -lo que hizo Rosa Parks era ilegal- para justificar y perpetuar la injusticia y los que nos mandan a Cuba y Venezuela cuando no tienen argumentos, hubieran actuado con saña contra Rosa Parks, Martin Luther King y el movimiento de derechos civiles. Los conservadores de la época les tachaban de antisistema peligrosos, uno de los recursos que siguen quemando sus herederos ante cualquier conato de disconformidad.

Es la misma derecha contraria a la justicia social, al cambio, al progreso. Mismo perro, distinto collar. ¡Qué coño! Mismo perro y mismo collar.