- Los argumentos esgrimidos para blindar a la Monarquía por parte de los que ayer eran juancarlistas y hoy defienden a capa y espada el derecho de Felipe de Borbón a reinar evidencian algo: les gusta ser súbditos y les gusta que seamos súbditos. No hay más.

Muchos recurren a que esta Monarquía es más barata que otras, como si el debate fuese económico. Otros, aludiendo al relato construido por los verdugos de la libertad y la democracia, se dedican a soltar improperios y estupideces históricas contra el legado de la II República, como si el debate fuera histórico. La mayoría nos hablan de la Constitución de 1978, descontextualizando, no analizando una situación en la que el ruido de sables, el hartazgo de cuarenta años de dictadura, y la continua amenaza de un Golpe de Estado de los de siempre fueron claves a la hora de dar el “Sí” a una Constitución elaborada por las élites en las que se incluía al monarca como una cosa más. La idea era “O esto o vuelve el fascio”.

Millones de republicanos pensaron, coherentemente, que era preferible tragar con el heredero del dictador a título de Rey que arriesgarse a un nuevo conflicto. Normal, sabían cómo se las gasta el enemigo. Basta con echar un vistazo a la cantidad de vidas de estudiantes y militantes de izquierdas que se cobró la ultraderecha durante la “modélica” Transición.

Otro argumento muy socorrido es el papel de don Juan Carlos durante el 23-F. La pereza, la construcción histórica de un régimen en el que la Casa Real, hasta hace dos días, era tabú, y nuestra costumbre facilona y triste de analizar la historia en parámetros sencillos y asumibles por cualquiera que no tenga ganas de pensar, ha provocado que muchos consideren que le debemos la democracia nada más y nada menos que al descendiente de Fernando VII y Alfonso XIII. Hay que joderse. Agradecerle la democracia a un Borbón no sólo es insultante, sino una aberración, pues lo único que hizo el Rey Juan Carlos I durante la Transición fue, como sabemos los que hemos leído a Javier Cercas y su “Anatomía de un instante”, asegurarse su lugar en el trono. El único objetivo de la Casa Real era salvaguardar la Monarquía y el Rey se limitó a obedecer a sus asesores, entre ellos y por encima de todos, a Torcuato Fernández Miranda, uno de los pilotos principales de aquel proceso.

Por cierto, si al que hay que agradecerle eternamente lo que hizo el 23 de febrero mediante una Jefatura del Estado regalada es al Rey, ¿qué hay que agradecerle a Felipe? ¿Qué es lo que se le pasa a alguien por la cabeza para aceptar que una familia esté por encima de las demás? ¿Cómo es posible que alguien vea normal que una niña de ocho años, por el hecho de ser hija de quién es, vaya a tener una asignación anual de 100.000 euros mientras en la calle miles de padres de familia buscan en la basura? No sé, pregunto, aunque es probable que algunos piensen que cuestionarse estas cosas es romper España. O ser ETA. Porque todo es ETA.

No tenemos democracia gracias al Rey. La democracia no es suya, sino de todos aquellos que se dejaron la vida luchando por la libertad durante los años de la guerra, los de la dictadura y los inmediatamente posteriores, de los que se comieron cárcel o se arriesgaron a la cárcel, de todas esas personas despreciadas por las mentes serviles que hoy le besan los pies a don Juan Carlos I, protegido del caudillo, el que no tuvo inconveniente en hacerle la cama política a su “amigo” Suárez cuando ya no le servía, el amigo de Arabia Saudí y de Mohamed VI, el tipo que vino con una mano delante y otra detrás y que hoy constituye una de las mayores fortunas de Europa sin que nadie sepa cómo ha llegado a albergar tanta pasta. No, la democracia no es del Rey. Comprueben el número de manifestaciones que hubo en España entre 1974 y 1976. La gente no iba a consentir más años de barbarie y los de arriba lo sabían. Por eso llevaron a cabo una operación “lampedusiana”, un lifting que cambió todo para que nada cambiara, una reforma que eximió de ser juzgados a los culpables de tanto dolor y que mantuvo el poder económico en las mismas manos manchadas. Si bien Franco murió en la cama, el franquismo fue derrotado en la calle. Y Juancar quería reinar.

Tampoco podemos ignorar el contexto internacional. La Guerra Fría estaba ahí y unos Estados Unidos (colaboradores del régimen) que desde hacía décadas habían estado diseñando el proceso transitorio español deseaban ahora que España se convirtiera en una “democracia” digna de entrar en la OTAN. Wikileaks publicó hace poco los cables que nos mostraban a un Juan Carlos I reconvertido en el “chico de los americanos”, en su chivato, en el típico trepa que siempre espera algo a cambio de los servicios prestados. Como digo, Juancar quería reinar. Si había que jurar los principios fundamentales del Movimiento, se juraban. Si había que ser demócrata de toda la vida, se era demócrata de toda la vida. Muy rentable le ha salido al cazador de Botswana.

Aun así, todos estos datos que nos sirven para rebatir las mentiras y los absurdos de algunos, son realmente irrelevantes a la hora de abordar el debate sobre Monarquía o República. La cuestión obedece a principios democráticos, así de sencillo. Votar a un Jefe del Estado es más democrático que no votarlo. Punto. Si Suecia es democracia con Monarquía, Suecia sería más democracia sin Monarquía. Punto. Si algo no democrático es más barato que algo democrático, un demócrata estará de parte de la segunda opción, aunque sea más caro. Punto.

Si mis padres o mis abuelas decidieron votar que no querían votar, allá ellos. No tienen derecho a quitarme a mí ese derecho. Si en el año 1978, España no estaba preparada para ahondar más en la democracia no es mi culpa. Yo quiero poder votar o, al menos, quiero que me dejen votar si quiero o no votar. Si una Constitución tiene principios antidemocráticos, esos principios se cambian. En los años 50, Estados Unidos era una democracia consolidada, sin embargo, existían estados con leyes de segregación racial. Rosa Parks, afroamericana, decidió desobedecer una de esas leyes y a partir de ahí todo cambió. Los que hoy nos hablan de respeto a la legalidad habrían condenado el gesto de Parks, le habrían dicho que había cauces legales.

Tampoco estaría mal poner el ejemplo de que en esos mismos estados, unos años antes no es que existiera segregación, sino esclavitud, una esclavitud legal, una esclavitud que recogía y protegís una Constitución “democrática”. No dejar votar a los negros era algo normal, igual que para los que nos atacan a los que defendemos un referéndum es normal que no votemos nosotros. Y es que lo dice la Constitución, un respeto.

No, la democracia no se consulta, la democracia la impone el pueblo. Imponer la democracia es, precisamente, imponer que nadie imponga. La ley no es la base de la democracia, la democracia es la base de la ley y que la Jefatura de un Estado se obtenga vaginalmente no es ni será democrático jamás. Y esto es irrefutable, digan lo que digan los discípulos de Marhuenda.