Hace unos días entré en una papelería en la que los dueños y el dependiente se encontraban hablando sobre la salud de Chávez y el tema de su sucesión. Bueno, más que hablar, lo que hacían era calumniar y mostrar su repulsa hacia el líder venezolano. Ellos sostenían que de morir Chávez, la presidencia del país pasaría de forma automática al sucesor que él había designado. Entonces, no pude callar y les corregí. Les conté que la Constitución bolivariana de Venezuela obligaría, en tal caso, a convocar unas nuevas elecciones presidenciales y que lo que el presidente había hecho no era más que pedir el voto para su hipotético candidato, exactamente lo mismo que haría cualquiera en su lugar. Fue entonces cuando comenzó una discusión que de surrealista se tornó en estúpida.

Me encontré dando información, desmontando mentiras mediante argumentos basados en hechos comprobados e intentando sostener un debate serio con personas que, sin tener ni un solo dato en la mano, sostenían con absoluta convicción que no existe democracia en Venezuela y que Chávez es un dictador. En lugar de ser ellos quienes demostrasen semejante acusación, como siempre que se trata de América Latina, era yo el que debía demostrar que un país apoyado en una Constitución elaborada y votada por su pueblo, con un sistema de elecciones libres, con partidos opositores y con separación de poderes era realmente democrático. Yo tenía que ser quien demostrara que un país oficialmente democrático es realmente democrático, en lugar de ser ellos quienes demostraran lo contrario. Aún así, como ya estoy acostumbrado, lo hice. La respuesta de uno de ellos a mis explicaciones fue llamarme “facha de izquierdas”. Él no me dio ni una explicación que sostuviera su posición, fui capaz de corregir todas las barbaridades que soltó por su boca, todo lo que le dije iba acompañado de datos…pero el facha era yo. Su mirada y su gesto desprendían odio y desprecio a partes iguales, sobre todo cuando critiqué a Mariano Rajoy (ahí pude ver quien era el facha). Supongo que le molestó profundamente que un niñato, un rojo cualquiera como yo, fuese capaz de defender su opinión basándose en argumentos racionales, algo para lo que él demostró estar a años luz. Supo que no estaba capacitado para debatir y, tras algún que otro intento, decidió abandonar la discusión, dedicándome antes miradas soberbias que pretendían ocultar su impotencia y su frustración. Finalmente, como era de esperar, todo lo que les conté acerca de la transparencia demostrada de las elecciones venezolanas, de aquello en lo que el Gobierno gasta el dinero del petróleo, de la libertad de expresión, de esto, de aquello y de lo otro fue completamente inútil. Ellos querían seguir creyendo que la nieve es negra y ya podía yo ponerles un copo en las narices, que no se iban a bajar del burro. En Venezuela hay elecciones transparentes, hay oposición, hay separación de poderes y hay libertad de expresión, pero Chávez es un dictador porque ellos quieren que así sea, por mucho que la información objetiva intente hacerles verse como lo que en realidad son: unos ignorantes aborregados que reproducen sistemáticamente el pensamiento establecido por la clase dominante que maneja los medios de comunicación. Se sienten bien pensando lo que piensan, quieren de corazón pensarlo y rechazan cualquier prueba empírica que demuestre lo contrario. Pero, ¿por qué ocurre esto con Venezuela? ¿Por qué esa obcecación y esa negativa a aceptar datos y pruebas? ¿Por qué la gente está dispuesta a creer cualquier barbaridad respecto a Chávez y rechaza de pleno que aquello sea una democracia más, con sus virtudes y sus defectos? ¿Por qué la gente mira desde Europa, un continente en el que se sustituye a presidentes electos por tecnócratas, con tanta soberbia y altanería a los gobiernos de Latinoamérica? ¿Por qué a la gente le resbala que existan organismos internacionales que prueban una y otra vez la calidad y el buen funcionamiento de la democracia venezolana? ¿Por qué ese profundo odio hacia un hombre y un país de los que no se tiene ni idea? Es muy triste que entre nuestros ciudadanos y ciudadanas se haya generalizado el falso –y racista- pensamiento de que el único motivo que hace posible el apoyo de los indígenas del continente americano a sus representantes se debe a la manipulación o a la coacción. La gente ignora que son esos medios creadores de opinión los que siempre han apoyado y secundado golpes de estado contra gobiernos democráticos en América Latina, los que sí que han estado del lado de gobiernos autoritarios y dictaduras criminales impuestas desde Estados Unidos y las altas esferas del poder económico. Los medios de masas que llaman dictador a Chávez son los mismos que antaño se lo llamaban a Allende o a Jacobo Arbenz, los mismos que intentan crear a diario una opinión popular errónea que de legitimidad a cualquier ataque militar denominándolo “levantamiento popular”. En los grandes medios jamás se habla de las medidas de derechas que se toman en países latinoamericanos; sólo son noticia las de izquierdas (nacionalizaciones, subidas de impuestos a las clases altas, medidas contra el poder de la banca, etc.) y siempre manipuladas y dibujadas como ataques a la libertad de expresión. Nadie conoce a los presidentes de derechas del continente; pero todos conocemos a Evo Morales, Rafael Correa y, por supuesto, Hugo Chávez, sin duda el Jefe de Gobierno más calumniado de la actualidad política.

El profesor Carlos Fernández Liria, autor del libro “Comprender Venezuela, pensar la democracia”, sostiene que con respecto a América Latina, y sobre todo sobre Venezuela, existe un nivel de mentiras tan enorme que resulta imposible de combatir. Yo, por desgracia, lo experimento con bastante frecuencia. Discutir sobre cosas concretas es absolutamente imposible cuando la idea general está tan profundamente deformada. En palabras de Fernández Liria, “es como querer explicarle como se hace un huevo frito a alguien que cree con absoluta certeza que un huevo es una castaña, que una sartén es una trompeta y que el aceite es helado de vainilla”. Lo malo es cuando la persona a convencer desea seguir creyendo en castañas, trompetas y helados de vainilla. Entonces, si le dices que se equivoca, te llamará “facha de izquierdas”.