- Son muchos los temas sobre los que uno podría escribir estos días, pero hay algo que hace que hablar de cualquier otra cosa parezca frívolo: Palestina.

El pueblo palestino continúa sangrando. Palestina muere y la Comunidad Internacional sigue mirando hacia otro lado, lanzando tan sólo condenas verbales hacia el estado terrorista de Israel, buen cliente y amigo de las potencias occidentales.

Más de mil muertos. Más de doscientos niños asesinados. Estas son las cifras que ha alcanzado ya la política destructiva de esa bestia con apariencia humana llamada Netanyahu. Ante esto, el Gobierno de nuestra ciudad, claramente presionado y obligado a manifestarse acerca de la barbarie, se ha limitado a “solidarizarse con las víctimas de Gaza”, en un claro alarde de repugnante equidistancia, de igualar a víctimas y verdugos.

No. Digan lo que digan los cínicos, en Gaza no hay “violencia”, en Gaza no hay “guerra”. En Gaza, en Palestina, asistimos a un genocidio perpetrado por uno de los mayores ejércitos del mundo contra un pueblo descalzo.

Algunos, ignorando las condiciones de vida diarias de Gaza o Cisjordania y el debate histórico, han pretendido justificar, aun condenando la “posible desproporción”, los ataques de Israel, acudiendo a la excusa de los tres jóvenes israelíes asesinados. Asqueroso. Como escribía el periodista Carlos Enrique Bayo, “¿Cuántos niños tiene derecho a matar Israel para vengarse?”. Los estados democráticos no practican la venganza, sino el Derecho. ¿Acaso alguien en su sano juicio vería normal que el Gobierno español invadiera el País Vasco y matara a más de doscientos niños para responder a una acción de ETA? ¿Estamos todos locos? Lo que Israel está cometiendo es un crimen y no podemos jugar a la equidistancia.

Hay oprimidos y opresores, asesinos y asesinados. Que no me pidan que hable de Hamás mientras el terrorismo de Estado recibe millones de recompensa por masacrar niños. No al apartheid. Viva Palestina libre.