Reconozco que durante gran parte de mi vida yo también pertenecí al bando contrario. Consecuencia obligatoria de mi educación informática, supongo. Me crié entre PC's, con un DR-DOS bajo el brazo, discos de arranque y con la ferviente idea de que un ratón era una pijotada sin sentido en el mundo de los ordenadores de verdad. ¿Macintosh? Una bobada con la que timaban a inútiles sin puñetera idea de escribir un comando, reducto elitista de tres diseñadores con ínfulas. Los informáticos de verdad utilizaban PC's, lo de Apple era para 'artistas' y demás gente de mal vivir.

Sin embargo, con el paso de los años yo mismo me alejé cada vez más del niño prodigio de los circuitos en el que se suponía me iba a convertir. No iba a colarme con diecisiete años en los ordenadores de la CIA, como llegó a temer alguna vez mi hermano. La informática fue poco a poco transformándose en herramienta, un medio, no el fin. Pese a todo, la repugnancia hacia la manzanita persistía. Todavía recuerdo el día que vi el anuncio del primer iMac en una tienda en Pamplona.  Estos de Apple ya no saben qué inventar antes de la quiebra, me reía. Sin embargo, reconocí que aquel diseño me llamó la atención. Aquella pantalla de colorines con teclado se veía realmente atractiva. Pasaron varios días y pensaba en ella, de forma habitual. Pese a todo, no estaba construido todavía el puente a la deserción. ¿Un Mac? ¿Yo? ¡Ni de coña!
 
Mi primer contacto real con un Macintosh llegó cuando aterricé en El Faro para mis prácticas de verano. Era el año 2002, y aunque ligeramente desconcertado al principio, poco a poco me hice con las riendas de aquel equipo extraño, cuya interfaz me recordaba más al Amiga que a un PC, y que pese a todo no terminaba de convencerme. Tres años después regresé a El Faro, ahora como redactor, y me encontré con dos cambios sustanciales. El primero, el equipo que manejaba ya no funcionaba con aquel arcaico y mejorable OS 9. Mi nuevo iMac guardaba ya en sus tripas uno de los hijos del regreso del maestro, el OS X, y poco a poco, el mundo cambió. La otra gran novedad fue ver un eMac, un mastodonte que hacía palidecer en prestaciones y, sobre todo, diseño, a todo lo que había visto antes. Empecé a pensar en lo bonito que quedaría uno de esos bichos en mi escritorio. Más importante incluso que el eMac fue la persona que se encontraba detrás de él. Uno de los que hoy en día considero mis mejores amigos y que, como yo, tras años de adhesión inquebrantable al PC comenzaba a mirar con mejores ojos el mundo de la Manzana.
 
Él me recomendó mi primera compra Apple. Un iPod mini, oscuro objeto de deseo desde hacía tiempo, he de reconocer, y que incluso desconocía se podía adquirir ya en España. Aquel pequeño reproductor fue el Caballo de Troya de Apple en mi hogar y, desde entonces, mi vida cambió.
 
Hoy soy orgulloso propietario de un iMac, un Mac Mini, varios iPods de distintos modelos, un iPhone, un iPad y hasta hace unos meses también tuve en mi poder un Mac Book. En estos años me he convertido en un fervoroso adepto de la empresa de Infinite Loop, Cupertino, California. Él lo decía con su enorme sapiencia e instinto natural para el mercado: "Nadie vende mejor tu producto que un usuario satisfecho". Muchas veces me preguntan qué tiene de especial Apple, por qué abrazo ahora con fe ciega lo que antes rechazaba. No lo puedo explicar bien, aunque siempre lo resumo en una sola frase. Desde que di el salto, mi vida es más fácil y más feliz. Atrás quedan dolores de cabeza frente al ordenador intentado arreglar problemas insondables, aparatos que no funcionan, fallos en las configuraciones. La mayor parte de productos Apple que poseo son imprescindibles en mi vida diaria. Sin ellos, estoy seguro, todo me sería mucho más complicado.
 
Y del amor a los productos uno termina siempre derivando en admiración a su creador. En este tiempo me he interesado cada vez más por Steve Jobs, un hombre al que he llegado a admirar como a pocos en esta vida. Un genio, un visionario que por encima de todo quiso cambiar el mundo. Seguramente se reiría o incluso se enfadaría si supiese que lo que yo más le envidio fue su capacidad de crear una empresa multimillonaria con veintipocos años. Su discurso de presentación del primer Macintosh me da siempre escalofríos. En él se ve la determinación de un Jobs joven, pujante, triunfador. Esta mañana lo he revisionado. No he podido evitar una lágrima. Una más de las muchas que reconozco se me han escapado durante el día.
 
Él siempre nos pidió que pensásemos diferente. Él no sólo lo hizo, sino que lo llevó a a la práctica. Él vivió diferente.
 
Hasta siempre Steve. Gracias por todo.