Nunca he sido demasiado amigo de la noche, al menos en la parte festiva de la misma. No termino de comprender los beneficios de realizar tres actividades (charlar, beber y escuchar música) que puedes desarrollar de forma mucho más amena, barata y saludable en tu propia casa. Y como la verdad es que tampoco me prodigo mucho en la modalidad de caza que se ejerce bajo la luces de los bares, quizás comprendan el por qué no soy asiduo visitante de las madrugadas del Poblado Marinero.

Una querencia y costumbre que arrastro desde hace años, y que no es exclusiva de Ceuta. En mis tiempos universitarios el calor del hogar tiró también siempre más que la frías noches pamplonesas, lo que unido a la escasez pecuniaria y la inexpugnabilidad de las navarras en su territorio (si Osasuna se defendiese con tanta intensidad gobernaría el fútbol mundial desde hace años) me llevaba a preferir pasar los viernes por la noche en mi incómodo sofá que meneando el esqueleto en Sector o Marengo.

Y allí, en unos primeros años en los que no gozábamos de los parabienes del streaming, los divx, los dvd’s portatiles, iPads, o ni tan siquiera ya de un mísero vídeo, aquellas veladas de viernes quedaban reducidas a la lectura, o a tumbarse frente al televisor “a ver lo que echaban”.

Como digo, no teníamos vídeo, pero gracias a Dios sí gozábamos de parabólica en aquel edificio de la calle Esquiroz. Fue así, y gracias como no a Eurosport, que me inicié en un deporte que al principio me extrañó, pero que terminó convirtiéndose en un fascinante objeto de deseo: el curling. Seguro que todos lo han visto alguna vez, es ese deporte invernal en el que dos equipos (habitualmente suecos, suizos, escoceses o alemanes) se dedican a deslizar piedras con asas a lo largo de una pista de hielo en dirección a una diana pintada en el suelo, mientras que el que ha lanzado el pedrusco grita como un poseso en una lengua ininteligible, y otros dos se dedican a barrer con más esmero que un empleado de Trinitas. Aquel hijo bastardo del cruce entre petanca, bolos e hielo ocupó poco a poco un lugar muy importante en mi corazón. ¿Motivos? La fascinación por un deporte prácticamente desconocido en España, lo arcano de sus propias reglas y, debo reconocerlo, la selección femenina de Suecia. Ah, Eva Lund....

Lo dicho, me convertí en un fanático del curling. Busqué las normas, el reglamento internacional, me bajé juegos en flash, veía religiosamente todos los campeonatos y me convertí en un seguidor incondicional de los equipos suecos y enemigo mortal de los escoceses. Fue entonces cuando decidí que quería probar aquello del curling, con un objetivo claro. Hay menos de 20 equipos en todo el país, por lo que lanzar piedras sobre el hielo es la única opción real que tenía de ser internacional con España en algún deporte. No obstante, y pese a que mi fervorosa explicación de que podríamos representar a nuestro país en un campeonato de Europa, mi proyecto de construir una pista de hielo no terminó de cuajar entre los responsables de la Universidad.

Y se preguntarán ustedes que a cuento de qué viene este tostón que les acabo de soltar sobre el curling. Dos motivos. El primero, juegos olímpicos de invierno y por lo tanto horas y horas de diversión pegado al televisor, y el segundo está relacionado con las lluvias que tan intensamente hemos sufrido en Ceuta durante las últimas semanas. Y es que bajando calle Real y Revellín con el piso mojado y viendo al personal deslizarse gracias a los maravillosos suelos de la peatonalización, uno no tiene más que creerse que está en pleno Campeonato del Mundo de Curling. Viejos y jóvenes, hombres y mujeres, todos patinando como si disfrutasen de metros y metros de hielo, y es que si no lo han intentado, pisen una de esas baldosas verdes en pleno día de lluvia. Carajazo, y diversión, asegurados. Por eso, tengo que hablar por una vez bien del Gobierno local. Gracias, Juan, muchas gracias. Y yo diciendo que no apoyas el deporte ceutí. Has hecho mi sueño realidad, y es que ya tenemos la pista de curling más grande del mundo. El próximo domingo que vayan los del ICD a repartir piedras y escobas y celebramos la primera liga africana de curling. Seguro que a algún turista atrae.