Invasión de fugitivos-2
Juan Manuel Parrado Sobrino

Nunca en la historia de la Humanidad ha habido épocas de sosiego absoluto. Podríamos pensar que las grandes guerras, profundas crisis económicas, epidemias o desgraciadas catástrofes naturales son los períodos más convulsos, mientras que en los periodos intermedios ha habido paz y prosperidad. Pero eso no es más que un espejismo, algo relativo dependiendo del lugar donde se viva. La percepción de bonanza que puede tener un europeo o un estadounidense no tiene nada que ver de la que tenga un sirio o un habitante de Sierra Leona, por poner dos ejemplos extremos y significativos.

En Ceuta estamos asistiendo a una de esas crisis que nos pueden parecer catastróficas, y que aunque no esté al nivel de los bombardeos en Gaza, del rapto de niñas en Somalia o de los disturbios y muertes en Colombia o en Myanmar, es suficiente para hacernos creer a los ceutíes que las puertas del infierno se están abriendo expresamente para nosotros.

En el año 1971, en medio de una época de grandes crisis mundiales, de incierto futuro energético y de amenaza nuclear, unos geólogos soviéticos recorrieron el desierto de lo que hoy es Turkmenistán en busca de nuevos depósitos de hidrocarburos con la esperanza de consolidar el poderío de la URSS. Después de unos estudios iniciales, decidieron hacer prospecciones en un lugar remoto del desierto, y para ello detonaron cargas explosivas en una parte del terreno sin saber que habían dado con un sistema de cuevas subterráneas llenas de gas. Al realizar la voladura, toda la zona se vino abajo, creándose un cráter enorme de sesenta metros de diámetro y treinta metros de profundidad por el que comenzó a manar abundante gas tóxico que amenazaba con expandirse por regiones limítrofes con insospechadas consecuencias.

La amenaza era tal, que sopesaron varias ideas para contenerla. La idea que sacó el palito más corto fue la de encender una cerilla y dejar que el gas ardiera y se consumiera poco a poco, de manera que quizás en unos días o a lo sumo unas semanas, todo el gas desaparecería en la combustión. Y por supuesto, la llevaron a cabo con el cabo más chusquero que encontraron, lo enviaron con la caja de fósforos y ahí tenemos, lleva cincuenta años ardiendo en lo que hoy se conoce como “El Pozo de Darvaza, o La Puerta del Infierno.”

Pero no es la única puerta infernal que existe. A lo largo de la Tierra hay muchas otras puertas del infierno, algunas internacionalmente conocidas, como la puerta de Pluto en Turquía, el lago del Averno en Italia, el castillo de Houska en la República Chequa o el volcán Masaya en Nicaragua, y otras más circunscritas a pequeñas leyendas locales, como la de El Escorial, el Pou de Na Patarra en Menorca o la del monasterio de la Rábida, en Huelva.

La razón para esta proliferación de accesos infernales es una razón turística, sin duda. No son puertas que generen inquietud, que envíen hordas de seres del inframundo a turbar nuestra pacífica existencia.

Esta puerta infernal que el rey marroquí está abriendo en Ceuta, no nos envía seres del averno, lo que está haciendo es dejar en evidencia la miseria moral de un gobernante al que no le importa amenazar, e incluso aprovechar la desesperación de sus propios ciudadanos para chantajear en una pataleta infantil a un país vecino, sin importarle el coste humano que eso pueda implicar. A nadie en Ceuta nos pilla de sorpresa, de toda la vida conocemos el proverbial desprecio que nos profesa, pero no deja de resultarnos indignante la impunidad con la que actúa ante la comunidad internacional y el cinismo de su diplomacia haciéndose los tontos.

Las consecuencias van a ser duras, y está en mano del gobierno de España tener la valentía de actuar con firmeza ante las instancias internacionales para poner cordura a la actuación de Marruecos. La Unión Europea debe dejar su tibieza y actuar en este asunto, no por ver quién puede más, porque ese es un juego peligroso en el que siempre ganará el que menos escrúpulos tenga hacia el bienestar de su población, es decir, Marruecos, sino por hacer entender que la buena vecindad y los intereses económicos son vías de doble sentido, y la Unión Europea siempre va a tener una posición de fuerza muy superior a la de Marruecos, más allá de la simple amenaza de dejar de contener la inmigración irregular.

A Ceuta sólo le queda aguantar y, eso sí, EXIGIR al gobierno de la nación acciones urgentes y contundentes. Aquí no sirven los discursos populistas ni de líderes políticos que aprovechen el tirón para venir a Ceuta a mover la banderita, ni de una ministra de exteriores o una delegada del gobierno a las que les queda no grande, sino enorme, el cargo que están desempeñando. Lo único que sirve es la actuación efectiva, el envío de efectivos y de medios para organizar, controlar y redistribuir fuera de la ciudad y devolver a su lugar de origen a toda la avalancha humana que ha entrado ilegalmente y que posiblemente puede seguir llegando.

Mientras tanto, me inquieta la ingrata labor que la Consejería de Turismo tiene por delante para promocionar nuestra bella ciudad en FITUR. Quizás haya que dar un golpe de efecto, y exponer grandes pancartas a todo color para anunciar el eslogan definitivo, algo con punch, que le de ese toque de turismo de riesgo y aventura: “Ceuta: el lugar donde se abren las puertas del Infierno.”