Hace apenas dos meses perdía mi padre, consumido por esa terrible enfermedad. Y la verdad, cuando sobreviene a alguna persona muy cercana, como en mi caso, descubres que no estás preparado para esto, para lo que se te va a venir encima.

Apenas había fallecido mi madre, comencé a observar un comportamiento raro en mi padre, cuando una tarde me explicó que venía del cafetín de estar con Abdelkader, que sin embargo había muerto ya hacía algún tiempo, o bien que quería que fuéramos a la playa, aunque era un duro mes de enero. Pensé que podría haber tenido un ligero lapsus mental, pero poco a poco me fui dando cuenta de que algo terrible estaba pasando puesto que paulatinamente observé que no conocía a las personas más cercanas de nuestro entorno, ni a sus propios hijos, nietos, etc.

En estas circunstancias, nunca estás preparado, porque parece que la persona a quien no conocemos es a él. No hay ninguna lógica para entenderlo, hablarle más despacio, repetirle las cosas, tener paciencia… ¡No es así! A pesar de estar físicamente presente, vive en un universo aparte. Y se llega a dudar si quien tiene el problema es uno mismo.

El enfermo puede tener un comportamiento disparatado: levantarse a media noche para ir al mercado, buscar el pijama para acostarse a las once de la mañana, querer irse a vivir a otro lugar o meter la ropa en el frigorífico. Poco importa cuanto se le diga, nada va a influir en sus actos. Como se trataba de mi padre, afronté este drama con el pensamiento de que me tenía que ocupar de él de la misma manera uqe se habían ocupado de mí cuando era niño, sin enojarme porque gritase (que lo hacía a menudo) o hiciese toda clase de jugarretas o tonterías.

Ni que decir tiene que el enfermo sufre un deterioro que uno sufre a la par, con impotencia, ya lo lleves al hospital o a un centro, así que decidí que donde mejor estaba era en casa. Y así pasé a ser su madre, como me llamaba cada día y conseguí que mi presencia lo animara. Y día a día le daba de comer, le cambiaba porque se lo hacía todo encima, sin ninguna respuesta por su parte, cayendo a veces en momentos de depresión porque estos cuidados son durísimos, física y psicológicamente. Pero siempre sacaba fuerzas para no desesperar, pensando que tuviera la enfermedad que tuviera nunca lo abandonaría, pues no estaría en paz conmigo misma.

Y ese deterioro y desconocimiento de la realidad le llevó a tratarme con la palabra más bonita de mundo: Madre.