- Sigo viendo a diario la impotencia de muchas familias que no pueden disponer de la calidad de una vida que no ha sido justa con ellas.

Padres y madres que lloran de noche mientras sus hijos duermen y que, como cada mañana, se levantan con las mejores de las sonrisas para preparar, si hay suerte, el desayuno que se llevaran al colegio guardado en una maleta que les han prestado, mientras sus compañeros llevan el mejor de los modelos. 

Niños y niñas que acuden al colegio con zapatillas desgastadas o con la tensión y la vergüenza de no llevar al día todo el material escolar, mientras la amiga que se sienta a su lado no le falta ni el más mínimo de los detalles. Diferencias que se marcan desde pequeños por culpa de un mundo cada vez más desigual. 

Mujeres y hombres que acuden cada mañana, currículo en mano, para intentar acceder a un empleo que haga dignificar su bienestar. Empleos que nunca llegan y que no pueden preservar la angustia de no poder pagar el ultimo recibo de una hipoteca o un alquiler. 

Personas mayores que, con el pulso temblando, cuentan las pocas monedas que les quedan de una pensión en decadencia. Mayores que no pueden comprar las medicinas porque apenas tienen para vivir. Profesionales de la enseñanza que se desgastan cada día por culpa de una ratio que no se reduce y a costa de la infravaloración de una labor que no sólo no está valorada, sino que está ridiculizada. Profesores, muchos de ellos interinos, que siguen estudiando cada día sin saber si saldrán unos presupuestos que garanticen sus oposiciones. Profesores que tienen que mirar a la cara de muchos chavales a los que tendrán que examinar por medio de unas reválidas que buscan segregar. 

Una sanidad maltratada con un personal que acaba doblando los turnos para que el paciente no note las lagunas de un régimen insensible y capitalista, que ha dejado morir a muchas personas.  Una ciudadanía sacrificada que observa como quien miente, manipula y aúpa la corrupción, es recompensado.

En definitiva, una desilusión agudizada por la forma de actuar de algunos políticos que se creen con la potestad de vivir sobre la espalda de la gente. Unos políticos que han sido votados para solucionar los problemas de las personas, no para generarlos. 

Por respecto a mi partido, un PSOE fuerte, con historia y carisma suficiente como para saber entender cada señal, no voy a pronunciarme públicamente sobre la formación de un Gobierno que tendría que haber estado funcionando ya, y no esperar a que sea el pueblo el que tenga que volver a desenredar las urnas. No tendría que haber existido unas segundas elecciones, me avergonzaría que existieran unas terceras. 

De todas formas, no hace falta irse hasta Madrid para apreciar quienes están por apariencia y quienes por convicción. Yo quiero lo mejor para mi partido, y eso me hace ser crítica con quienes actúan desde el sofá y no desde una barriada de mi ciudad. 

Nadie dijo que esto era fácil, pero sí que hay que querer, sobre todo querer estar a la altura de las circunstancias. Esto no es un juego, ni las descripciones que he realizado son el resultado de una ficción. Cordura y sensatez. Y no, que el Partido Popular no venga a darnos lecciones porque son los que más tienen que enmudecer. Años de soberbia y recortes. Años de corrupción permitida. Yo, que cada día tengo que mirar a los ojos de mucha gente, me avergüenzo de un sistema que no valora la democracia.

Estoy intentando hacer un ejercicio de responsabilidad y humildad, no porque dependa de mí la formación de un Gobierno, sino porque soy también miembro del Comité Federal, un órgano que debe reunirse para analizar la situación real, no la interna, sino la del pensionista, la del alumnado, la de la familia, la del profesorado, en definitiva, la situación de quienes han votado. Y de la misma manera que soy crítica, me gustaría que lo fueran los otros partidos. Es lo menos que podríamos que hacer.