esmeralda marugán
Esmeralda Marugán (periodista)

Eolo, dios de todos los vientos, me da su mano, y me lleva de vuelta a aquella tierra, la Perla del Mediterráneo, y la inmortaliza la joven sentada sobre una concha, escultura de Juan de Ávalos.

Así se quedaron mis recuerdos de allí: perpetuos. Y no morirán nunca, aunque yo sí.  Es posible, incluso, que no existieran, e igual yo tampoco…

Recorrí las calles de Ceuta siendo aprendiz de mujer. Hoy diríamos que adolescente, y en aquel verano me sentía, en el lenguaje de ahora, "empoderada".

La vida me regalaba que me quisieran con verdad e intensidad, pese a que fue el principio de mis mentiras, y mis lunas menguantes. Tal vez porque cada vez que he sabido lo que quería, no ha coincidido con el quién, ni el cómo, ni en ayer, ni en ahora.

Fueron mis primeros flirteos a media luz, y el principio del libro que no publicaré, pese a definirme bien, y en afirmativo: "Cómo complicarme la vida, sin reparar en gastos…".

No es título de mi creación, y aunque me dieron esa idea años después, lo que realmente resultó es completamente "premonitorio” de lo que, en realidad, es la suma de los días, y las noches, y es que ya no son pocos los de mi almanaque.

La ciudad en la que vivo, con mar, castillos, y seguramente bella, hoy ha amaneció teñida de polvo del desierto, y en la boca de mi estomago se multiplicaron los nudos en forma de cadenas, a las que me empeño en poner cerrojos y lamentos, aderezándolo con fracasos y miedos.

He dibujado en la arena de la puerta de mi casa con la punta del zapato, las siguientes letras: C E U T A.

Tal vez sea una señal de algunos de mis amigos muertos, a los que seguramente no hubiera conocido de haberme permitido el acierto de quedarme allí, en donde conocí a una familia que sigo buscando en mis sueños, y a un joven que, pese a ser un niño (entonces), conmigo fue un hombre, un hombre bueno. Lo siguiente entró en lo humano, y ya no salió tan bien, y por lo que sé de su vida, a él, tampoco, aunque ambos trajimos maravillosos hijos al mundo, por caminos distintos.

Los de aquel lugar tenían magia sin truco, olor de mestizaje, culturas diferentes, gentes distintas a las que conocía de Madrid, uniformes militares con estrellas, mujeres vestidas unas con hiyab, otras con sari, y en mi entorno, más como yo.

Disfruté en los bazares, probándome decenas de vestidos largos y novedosos que me alucinaban por su textura, brillos y sus "no formas". Saboreé por primera vez el - té atay- y, desde entonces, sé que la yerbabuena es el sabor del amor.

En Ceuta y junto a la casa de Agustina Raimunda María Saragossa i Doménech, conocí de su valentía, ya que allí residió en 1855 "La Artillera" o, dicho de otra manera, Agustina de Aragón.

Recuerdo algunos nombres de calles que hoy tienen otros, La Antigua Madrasa Al-Yadida, La Plaza de La Lana, La calle del Molino de Viento, la antigua calle del Pajar, la de La Botica, Los Arcos Quebrados, la Avenida de África, El callejón del Lobo, de Los Remedios, del Teatro. El barrio del Centro, tan único y familiar, aunque ya entonces añoraba Fina (la anfitriona de la familia), con tanta añoranza como pena, la cercanía vecinal perdida, comparándola con su niñez, mientras otros vecinos me mostraban "las terrazas" que servían de gran pantalla cinematográfica para “la sesión continua".

Estuve en mi gran fiesta que fue, precisamente, el baile militar, pero nada comparable al descubrimiento del "Rincón Caballa", en el que la niña de entonces inmortalizó "el primer beso", aquel al que vuelvo cada vez que la sombra del miedo me impide “respirar”.