iberia vaciada
Xavier Ferrer Gallardo

Colapse ahora y evite aglomeraciones. El título es de John M. Greer, pero recoge a la perfección el mensaje que lanza el politólogo Carlos Taibo en su último libro (Iberia vaciada. Despoblación, decrecimiento, colapso). 

La propuesta de Taibo entra en diálogo con varias obras que, como la “España vacía. Viaje por un país que nunca fue”, de Sergio del Molino, y “Los últimos. Viajes por la Laponia española”, de Paco Cerdá, han explorado antes esta misma realidad territorial peninsular vaciada, abandonada, despoblada.

El análisis de Taibo, sin embargo, se proyecta más allá de los límites de España e incluye también el contexto portugués. El autor se zafa de este modo de esa incómoda cotilla analítica, a menudo incrustada en la trampa territorial del Estado-Nación. La referencia ibérica también puede ser leída como una deferencia al imaginario libertario por cuyas coordenadas transita buena parte de la obra del prolífico autor.

El enfoque ibérico no es la única diferencia significativa que existe entre el libro de Taibo y otras propuestas que, como las ya citadas, han abordado antes la batería de problemáticas asociadas al llamado reto demográfico (eufemismo tecnocrático, este último, del que por cierto Taibo rehúye). Otro elemento distintivo, y la gran aportación del libro, reside en el despliegue sobre el tablero de la Iberia vaciada de las herramientas que ofrecen las perspectivas del decrecimiento y del colapso.

¿Por qué Iberia vaciada y no Iberia vacía? La distinción es relevante. Según el autor, el adjetivo vaciada retrata de forma más fidedigna un proceso que merece consideración crítica en la medida que tiene carácter intencionado. La realidad actual es el resultado de una serie de decisiones (no) tomadas y de políticas (no) implementadas. Por lo tanto, no es fortuita. Podría ser distinta. En este sentido, el adjetivo vacía, argumenta Taibo, puede prestarse a “visiones más asépticas y frías de la realidad”.

Taibo, de nuevo, explica la perspectiva del decrecimiento con sencillez: “si vivimos en un planeta con recursos limitados no parece que tenga mucho sentido que aspiremos a seguir creciendo ilimitadamente”. Asimismo, argumenta que “el decrecimiento se asienta en la convicción de que podemos vivir mejor con menos, si somos capaces, claro, de distribuir radicalmente la riqueza, o, lo que es casi lo mismo, de salir del capitalismo y sus reglas”. Esta afirmación -y en concreto la llamada a salir de dichas reglas- es, a buen seguro, una de las razones por las que apenas se habla de decrecimiento en los medios mayoritarios, y también explica por qué las voces de intelectuales como Taibo no son -digámoslo así- difundidas en bucle y a todo volumen través de dichos medios.

Recuerda Taibo que los dos elementos que nos empujan irremediablemente al colapso son el cambio climático y el agotamiento de las materias primas energéticas que empleamos. Define el colapso como un proceso (o un momento) que acarrea profundas alteraciones en relación con la satisfacción de las necesidades básicas, reducción poblacional, la desaparición de las instituciones previamente existentes, y la quiebra de las ideologías legitimadoras del orden anterior.

Así las cosas, Taibo vislumbra dos grandes posibles respuestas ante el colapso. Una de ellas vendría a ser una suerte de despeñamiento colectivo hacia el ecofascismo, y pasaría por la implantación de medidas de corte autoritario para lidiar con la nueva situación. La otra se fundamenta en lo que Taibo denomina la transición ecosocial, y pasaría por la configuración de un modelo que conjugara de forma simultánea los siguientes siete verbos: decrecer, desurbanizar, destecnologizar, despatriarcalizar, descolonizar, desmercantilizar y descomplejizar. La conclusión del libro es clara: el colapso parece inevitable, pero si la reacción discurre por este segundo canal -el de la transición ecosocial- tal vez puedan llegar a mitigarse algunas de sus dimensiones más negativas.

Taibo confiesa que hace unos años estaba convencido de que las herramientas que ofrece la perspectiva del decrecimiento podrían contribuir a sortear el riesgo de un colapso general. Hoy, sin embargo, cree que, si bien las herramientas siguen siendo útiles y respetables, más que para evitar el colapso, dichas herramientas nos servirán, en el mejor de los casos, para gestionar el escenario posterior a un colapso ya ineludible.

En definitiva, Taibo nos cuenta que nos dirigimos indefectiblemente hacia un lugar llamado colapso; que mejor que nos vayamos preparando, y que lo que más nos convendría a todas y a todos -dentro y fuera de la Iberia vaciada- es dejar de obsesionarnos con el crecimiento a cualquier precio y empezar a decrecer ya.

Sin lugar a dudas, Taibo dibuja un panorama poscolapsista desalentador, cuyas características, entre otras, son las siguientes: escasez general de energía; expansión de la violencia; extensión del desempleo; desintegración (de lo que queda) del estado del bienestar; subida del precio de los productos básicos; quiebra del sistema financiero; deterioro de las ciudades; reducción de la población planetaria.

Sin embargo, paradójicamente, este deprimente escenario poscolapsista puede abrir la puerta a tres fenómenos que el autor considera “manifiestamente halagüeños”: la reruralización, las ganancias en autonomía local y la desjerarquización. En palabras del autor, “el escenario que se avecina no es tan tétrico como una primera lectura invitaría a concluir”.

Quedémonos pues con esta última frase, y acabemos señalando que, a pesar de todo -y en cierto modo contra pronóstico-, esta crónica del colapso anunciado que firma Taibo arroja algo de esperanza sobre la Iberia vaciada.