carlos lorente
Carlos Lorente

Hoy 18 de Diciembre se conmemora el Día Internacional de las personas migrantes.

Éste día que fue creado por las Naciones Unidas con el fin de trasladar a todas las personas desplazadas desde Europa por la 2ª Guerra Mundial. Que paradoja ¿no?

Ahora, finalizando 2021, tras casi 70 años de su creación, tanto la decadencia del sentido del porqué de su creación como del contexto desde donde se fundó está más latente que nunca.

Llevamos años, quizás décadas, en las que el progreso de degradación en cuanto a políticas, acogimiento, sensibilidad, percepción y humanidad con respecto a las personas que migran, nos ha llevado a un momento álgido que necesita de una reflexión urgente. De una reflexión que tiene que ir, claro está, desde las esferas de decisiones, sí, pero también desde las esferas sociales en los que se ha interiorizado, de forma sorprendente, una visión de las personas que migran a nuestros territorios sensación de rechazo, supremacismo y miedos que nos hace olvidar lo intrínseco de la migración en el ser humano.

Los discursos que se han ido cociendo y trasladando desde los diferentes canales de comunicación desde el odio han mostrado la peor cara del mundo occidental, la superficialidad moral en la que vivía y la hipocresía material que nos guiaba.

Hemos sido y somos los causantes directos de que miles de personas tengan que ser desplazados desde sus hogares para buscar una vida digna que les negamos. Y esa negación cada vez se reproduce desde más formatos. Desde más instrumentos. Fronteras físicas con concertinas, fronteras más altas, fronteras antitrepas, fronteras policiales, fronteras financiadas a terceros países, fronteras burocráticas, fronteras y más fronteras.

Si no fuese bastante con ello, con el no queremos a negros, ni moros, ni hindús, ni sirios, ni panchitos, ni a nadie que se salga de los patrones físicos en los que nos encontramos, apuntamos incluso a los organismos y personas que nos resistimos a aceptar la imposición del relato de rechazo. El caso del Opens Arms como ejemplo se traslada a contextos menos mediáticos pero que se reproducen en igual forma. Hemos llegado al punto de criminalizar a quienes intentan solventar, de alguna u otra manera las situaciones por las que tienen que pasar en el proyecto migratorio. A quienes de alguna u otra manera alivian momentos y comparten su espacio de tiempo para que al menos sabiendo saborear el potencial de la diversidad.

El desconocimiento tan insultante que impera en “nuestro mundo desarrollado” sobre los “mundos subdesarrollados” o “tercer mundo” como así nos han querido conceptualizar e identificar a esas personas que habitan territorios de los países del Sur Global es un lastre para nuestro desarrollo como humanidad.

Personas que pasan años desde que salen de sus hogares hasta llegar a los límites geográficos como por ejemplo desde países africanos hasta Marruecos pasando hambres, miedos, agresiones, humillaciones, vegaciones, torturas y muertes para poder encontrar ese sueño de una vida digna, una vida mejor son recibidos incomprensiblemente desde la hostilidad más atroz.

¿Y las mujeres? ¿Y las madres? Sois capaces, como padres y madres de pensar por un solo momento que sentiríais si a vuestros hijos e hijas no les pudierais facilitar el alimento o ropa adecuada, o el terror que os recorrería si os llamaran del colegio diciendo que el niño se ha caído? Pues ahora, imaginaros que tuviérais que cogerles y tener que salir andando a no se sabe dónde porque lleváis meses sin poder darle un plato de comida porque no tenéis los medios suficientes para darles una educación. ¿Haríais lo que fuese verdad?

Y, ¿si en ese trayecto hacia no se sabe hacia dónde, por el simple hecho de ser mujeres y que queréis darle otra vida mejor a vuestros hijos seréis agredidas, violadas, explotadas y además, tener que naturalizar que esto tiene que ser así si quieres lograr el ansiado sueño de la Europa más miserable?

O imaginarse dentro de una patera en medio del mar, hacinadas con cientos de personas sin saber nadar, embarazadas y con un bebé encima 15 días.

¿Os parece duro imaginarlo? Pues ahora, pensar que esa es la realidad que viven miles de personas desde hace años mientras miramos hacia otro lado. Pero, ahí, no acaba la tragedia humana. Las miles de personas que han sido asesinadas por nuestros gobiernos de una forma u otra y con nuestra complicidad tenían madres y padres y hermanos y amigas; pero, ¿y los que llegan? Pues los que llegan no lo tienen mucho mejor que durante todo el proceso de sus trayectos. Si no fuesen pocas las barreras que les imponen para que no ocurra, una vez en territorio europeo, empieza el nuevo calvario administrativo. CIES, CETIS, Centros de Emergencia, represión policial, leyes de extranjería, trata de seres humanos, separaciones de unidades familiares, devoluciones en caliente, repatriaciones y explotación laboral. Todo esa barbarie y teniendo que escuchar en las puertas de los centros educativos, en las tabernas, en los supermercados, en las iglesias, en las tertulias cotidianas la comidilla del que vienen a robarnos, que vienen a quitarnos el trabajo, que vienen a delinquir y a saturar nuestras urgencias.

Evidentemente, todas esas percepciones son rotundamente falsas creadas para que quienes se benefician desmesuradamente con la miseria de las personas que migran, no se descubran y nos hagan creer, como siempre, que quien no tiene ni voz es quien tiene la culpa de todo mal cuanto nos ocurre.

Afortunadamente cada vez somos más quienes luchamos contra las políticas, praxis y discursos intentando paliar sobre el terreno cuantas visicitudes se le presentan a las personas que llegan, quienes denuncian públicamente sin miedos a la fortaleza europea y señalamos a quienes verdaderamente son los causantes y beneficiarios de los asesinatos y represiones, quienes sabemos que el acogimiento digno y la integración intercultural en una sociedad potencia, fortalece y enriquece las capacidades de una comunidad. Más, si cabe, como señala Felwine Sarr en su ensayo “Afrotopía” con unas sociedades que han tenido que superar constantemente en el peso de la historia un colonialismo desde la expropiación a todos los niveles, económico, lingüístico, natural, identitario y sobreponiéndose durante décadas al azote de la ambición de nuestros Estados, conservando las formas tradicionales que han conformado sus identidades como los valores, el sentido de la familia y el bien común. Unas identidades en las que, en un mundo occidental en decadencia, se presentan como salvación de la humanidad.

Hoy, 18 de Diciembre, Día Internacional del Migrante, nada que celebrar y mucho que reflexionar. Todos y todas somos migrantes.