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- Las muertes en las fronteras de la Unión Europea no cesan.

Un inmigrante perdió la vida el pasado martes 5 de noviembre en el perímetro fronterizo de Melilla. Se precipitó desde una altura de 6 metros, cuando trataba de saltar la valla -inmersa, como saben, en un nuevo proceso de recrudecimiento securitario. El joven cayó en la vertiente marroquí de la frontera. Cuatro personas resultaron heridas en el mismo episodio. Y otras cien lograron entrar en la Ciudad Autónoma.

Por otro lado, cerca de 90 cadáveres de inmigrantes fueron hallados la semana pasada a 10 kilómetros de la frontera entre Níger y Argelia. Habían muerto de sed en pleno Sáhara. En pleno tránsito. Eran nigerinos. Y se dirigían, presumiblemente, a la Unión Europea.

La República del Níger, ex colonia francesa, está hundida en el último lugar de la lista de países clasificados según el Índice de Desarrollo Humano, el índice que elabora el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Prácticamente todos los Estados miembros de la UE –incluidas España, Grecia y Portugal- ocupan posiciones en la zona alta del ranking.

La desigualdad entre la UE y países como Níger sigue creciendo. Y también siguen creciendo los flujos migratorios entre los países relegados al fin de la tabla del desarrollo y los que, en conjunto, gozan de un nivel de vida privilegiado.

La reciente reintroducción del alambre con cuchillas en la valla de Melilla simboliza con crudeza de qué modo se agudizan los desequilibrios entre la UE y otras regiones del globo. El perfil afilado de las fronteras de la Unión refleja una profunda y persistente asimetría en los niveles de bienestar. Si dichos niveles siguen la singladura de la divergencia, es harto improbable que los flujos migratorios se desvanezcan por el simple efecto del blocaje en la frontera.

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