Javier Ángel Díez Nieto

Un viento de dolor ha recorrido de nuevo todo occidente. En un instante algo terrible… Sorprendiendo a jóvenes festivos ha irrumpido como una parca sin misericordia, actuando entre indefensos, detuvo sus vidas haciéndolas inmóviles. Ya nunca más tendrán el sol brillando en sus ojos, ya están en los campos del silencio. Y otra vez un daño de impotencia que no se puede abarcar ha dejado lágrimas que apenas salen recorriendo las mejillas.

De nuevo… la dentellada de un innecesario y vago daño ha entrado en nuestras casas mordiendo nuestros sentimientos. Porque otra vez nos han llenado de vidas rotas. ¡Y eran muy jóvenes, esta vez los muertos!. Vidas desechas… por peleles descerebrados que creyendo que la muerte vence a la vida, actúan con sus acerados cráneos vacíos extendiendo el terror entre los nuestros. Porque el sonido de los atentados es ya largo en nuestras tierras, enseñándonos la pequeña distancia que existe entre la vida y la noche de los tiempos que inexorablemente a todos nos aguarda.

Otra vez, los lugares se llenaran de encendidas velas emotivas y flores de recuerdo que como fértiles semillas harán que las gentes se endurezcan ante estos terribles hechos. Porque el terror nunca ha vencido a una sociedad organizada. Es algo viejo en la historia de la humanidad y que con estos hechos se aceran sus uñas. Porque como decía Neruda: “Vivir será primero, después morir”. Y esta idea nos fortalece ante ese tremendo destino. Por eso, jamás…jamás el miedo nos hará caer de rodillas.

Y ahí es donde estos muñecos malos perderán siempre. Por nuestra convicción de vivir enfrentándonos a sus cobardes acciones. Y recordemos que vivimos en un mundo de normas que permiten la seguridad de nuestra existencia. Normas que no se alteraran por mucho que ellos lo intenten. Porque aun después de estos terribles atentados de daño y dolor, la vida se reconstruye y sigue igual.

Por eso, a pesar de las lágrimas, nuestras campanas deben seguir tocando a arrebato llamando a todos para unirse contra la nueva barbarie que asola nuestros campos europeos. Porque nunca podrán vencer a quienes convencidos del valor de la vida humana luchamos juntos por ella. “La muerte nunca debe triunfar sobre la vida”. Y por ello su lucha de imponer el miedo, está perdida desde un principio.

Atrás deben quedar esos lamentos de no, no puede ser, que en los primeros momentos nos invaden y dejar crecer aquellos que nos endurezcan. Hay que salir de esa absurda pelea oscura en la que algunos están inmersos. Pelea absurda e ineficaz contra una ciudadanía fuerte y segura de su forma de vida. Demostremos a esos títeres descerebrados que nunca…nunca podrán con quienes les negamos su derecho a acabar con nuestras vidas. ¡Que el temor no marque jamás nuestra existencia!.